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Jesús Nieto

Maradona: lloro y empatía con el ángel caído

«Excesivo de sí mismo, mito en un mundo de efebos, su muerte es la sepultura de todo un fútbol, de todo un sentimiento, la argentinidad»

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Maradona: lloro y empatía con el ángel caído

ASSOCIATED PRESS

Antes del populismo llorón de Irene Montero, mucho antes, el Cielo se tomaba por una mano santa que fue mucho más que una mano: la venganza de todo un país por las Malvinas. Antes de todo, digo, estaba Diego Armando Maradona. Incluso antes de que Bergoglio intentara con estolas lo que Maradona consiguió siendo él, Maradona, tan libérrimo como mal aconsejado. Aquel Dios unívoco de una religión que se consagraba con Quilmes en La Bombonera o en el San Paolo.

De la muerte de Maradona nos acordaremos siempre, en un día lluvioso que en Nápoles salió despejado y en el fútbol cubierto por mascarillas de luto.

Maradona fue, en fin, el colofón del siglo XX del tango; algo entre chorro y buen profesor. Un ser de resurrecciones que a la sombra del Vesubio, en el Bar Nilo, tiene una de tantas reliquias que venera esa Italia sureña que tanto le dio a Argentina.
Excesivo de sí mismo, mito en un mundo de efebos, su muerte es la sepultura de todo un fútbol, de todo un sentimiento, la argentinidad, que hace nada perdió a su Virgen –Mafalda– y acaba de perder a su Dios. Yo recuerdo a Maradona en el Mundial del 94, el de la polémica, acaso porque en la canalla está la esencia del fútbol, de los correcalles y de las villas miserias. Y también sus resurrecciones, su castrismo sin lecturas. Su paso por Barcelona -allí empezó el brillo del declive, o el declive del brillo- y una estancia rara en Culiacán, capital sinaloense donde quizá fuera feliz.
Maradona quedará para los latinos como símbolo de la libertad individual. De que la poesía puede estar en un cuerpo poco armónico pero, ay gaucho, capaz de trotar medio campo y bailar bachata al mismo tiempo.
Eduardo Sacheri, hasta el orto de tantos juicios morales sobre Diego, le dedicó el cuento ‘Me van a tener que disculpar’ donde se resume todo lo que quisimos decir sobre Diego Armando: «Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone que debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas…»
Y en paz con sus cosas, ay, estará este ángel caído del que quiero compartir la pena con Calamaro y no da señal. Acaso porque Andrés sufre como todos los humanos que dieron brillo a la guitarra y al acordeón, a la cancha y a la gambeta y al vivir.

 

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