THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Notas de un espectador

«Querría yo hablar con ustedes de lo mínimo y de lo intermedio, pues no creo que llegue nunca a poder compartir lo sumo, si acaso se me presenta o me pilla desprevenido»

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José Ortega y Gasset. | Europa Press

Saluda

Estimados lectores, pongo estas líneas bajo el amparo de José Ortega y Gasset, uno de cuyos libros me ha acompañado toda la vida. Me refiero a El Espectador, más de mil páginas que fue escribiendo a lo largo de casi veinte años, desde 1916 hasta 1934. Yo lo tengo en un pequeño volumen en cuero verde, con lomo de oro y papel biblia, que editó Biblioteca Nueva en 1961. Creo que no se ha vuelto a imprimir y es una lástima, porque se puede usar como los curas el breviario, todos los días hay una página superlativa en la que refugiarse. Como alternativa, el lector interesado también lo puede leer en el segundo volumen de las Obras Completas, soberbia edición de Taurus cuyos diez tomos deberían figurar en cualquier biblioteca un poco seria, pero que resulta difícil de llevar en el bolsillo de la sotana.

En su presentación decía Ortega que iba a tratar de mirar con atención, pero sin método ni propósito, cualquier asunto que se le pusiera por delante. Parece que eso sea lo que todo el mundo hace, mirar lo que tiene delante de las narices, y sin embargo no es cierto. La coacción del trabajo, de la utilidad, de las novedades, del clima, incluso la del placer, casi no nos permiten ver más que lo inmediato y de ello sólo la superficie. Recuerden aquella ocasión en que a Machado se le perdieron las gafas y andaba rebuscando por la casa mientras rezongaba: «¡Ahora verás si veo!». Quiero decir que trataré de seguir las enseñanzas de Ortega, quien cita una frase de Hegel que huele a Grecia presocrática: «Ten el valor de equivocarte». A ver si me equivoco sin perder la compostura.

«En consecuencia», como dicen los políticos cuando no saben empezar un párrafo, querría yo hablar con ustedes de lo mínimo y de lo intermedio, pues no creo que llegue nunca a poder compartir lo sumo, si acaso se me presenta o me pilla desprevenido. Aunque no lo descarto. He tenido alguna muy rara vez la impresión de haberme enterado de algo, o, como decían los franceses, de que no iba a morirme totalmente idiota, que es, para nuestra desdicha, lo más normal y cómodo del mundo. Haberme enterado de algo quiere decir tener un leve atisbo de lo que haya de orden, de significado e incluso de verdad en el atropello que recibimos todos los días, la avalancha de mentiras, falsificaciones, caricaturas, odio, temeridades y estupidez. En resumen, trataré de reconocer lo que merece la pena de ser visto y que suele estar escondido bajo su propia superficie de engañosa actualidad.

Y (quizás lo más importante) hacérselo llegar a ustedes con la mejor prosa posible, porque mi generación es quizás la última firmemente persuadida de que sólo lo que está escrito con sencillez y elegancia, a la manera cervantina, merece la pena de ser leído.

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