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Félix de Azúa

No sólo sangre

«Es imposible que una extensión tan descomunal como América central y del sur haya durado tres siglos bajo la Corona de no ser porque alguna ventaja tuvo»

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No sólo sangre

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. | Zuma Press

Muchos conocerán la célebre escena de La vida de Brian en la que se celebra una reunión de revolucionarios palestinos para conspirar contra el colonizador y exigir «la disolución del Imperio romano». No obstante, como los menores de cincuenta es muy posible que no hayan visto la película y los más jóvenes la deben de tener prohibida por incorrecta, tengo que describirla.

El Ejército de Liberación de Palestina ha reunido a simpatizantes y futuros guerrilleros en una plaza, para adoctrinarlos. El jefe pregunta sarcásticamente: «¿Y qué les debemos nosotros a los romanos?». Espera sonriente un grito unánime de «¡Nada, nada, nada!», pero ante su estupefacción, uno de los revolucionarios levanta la mano y tímidamente pregunta: «¿El alcantarillado?». Luego otro: «¿Las vías y avenidas de piedra?». Y otro: «¿Los grandes palacios?». El jefe estalla en un ataque de ira feroz y disuelve la asamblea.

Bueno, pues algo parecido podemos intentar nosotros, los españoles, cuando se nos enfrentan los partidarios de la leyenda negra, como el ignorante de López Obrador y otros demagogos que ponen al descubrimiento y la colonización del continente americano como un puro baño de sangre y un espectáculo de codicia, crueldad y degeneración.

De eso hubo, como en toda empresa humana, pero no sólo. Hubo mucho más. Era imposible que una extensión tan descomunal como toda la América central y del sur hubiera durado tres siglos bajo la corona de España, del siglo XVI al XVIII, de no ser porque alguna ventaja tendría. El problema es que es mucho más abundante la edición que engrosa la leyenda negra que aquella que demuestra su falsedad. Ahora, por fin, en la línea que abrió Roca Barea, se ha editado un tratado espléndido que cumple con las exigencias históricas reales de la construcción de los países americanos.

Porque no hubo sólo destrucción y latrocinio. Como en La vida de Brian, empiezan a salir palestinos que dicen: caminos, puentes, ciudades, acueductos, canales, minas, puertos, calzadas de piedra, hospitales, jardines, teatros, plazas de toros… La infraestructura del Imperio fue gigantesca y ordenó y conectó los más distantes puntos del continente. La dirigieron equipos de ingenieros notablemente dotados y recibieron una colosal ayuda de la Hacienda española, o lo que es igual, de la Corona. No lo hicieron ellos solos, era imposible, tuvieron la colaboración activa e importantísima de la población indígena por contrato, no como esclavos a la manera azteca. 

El último y excelente documento sobre esta cuestión es el extenso tratado de Felipe Fernández Armesto y Manuel Lucena, Un imperio de ingenieros (Taurus), que se acaba de editar. A pesar de su nombre, Fernández Armesto es un profesor inglés (de hecho, londinense), que ejerce en Oxford y goza de grande y respetable reconocimiento entre los profesionales. Y el profesor Lucena ha sido y es profesor en Stanford, en Harvard y es miembro del CSIC.

He puesto las credenciales extranjeras de los autores del libro para que quede claro que no son nacionalistas, populistas, demagogos o bien quedas, sino que pertenecen a lo más respetado de la historiografía británica. Que dos profesores del área inglesa destruyan buena parte de la leyenda negra que inventaron sus antepasados ingleses y holandeses, tiene su gracia.

Aquellos que accedan al extenso tratado (casi 500 páginas) espléndidamente editado por Taurus con ilustraciones y mapas, comprenderán que no es un panfleto, ni una alabanza imperial, ni una extravagancia nostálgica, sino un estudio pormenorizado y detallista que convencerá a todo aquel que no lo haya despreciado de entrada con el saludo fascista por excelencia: «¡Facha!».

Además de los trabajos hercúleos, muchos de los cuales aún se encuentra intactos, como la imponente catedral de Méjico, el lector curioso también encontrará algunas historias de la tradición lírica y literaria. Por ejemplo, ¿qué puente es el que camina la Flor de la Canela, jazmines en el pelo y rosas en la cara, y quién lo construyó? O bien, ¿existió realmente el Puente de San Luis Rey, del que cuenta su tremenda historia Thornton Wilder? Un libro insuperable y magníficamente escrito.

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