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¿Contra quién soy?

«Nadie ha dado aún con la clave de por qué los españoles están tan inseguros de sí mismos, de por qué no son nadie hasta haber encontrado un buen enemigo»

Notas de un espectador

El expresidente de la Generalitat, Quim Torra. | Europa Press

  • Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es escritor, doctor en Filosofía y catedrático de estética. En junio de 2015 fue elegido miembro de la Real Academia Española.


Se habla constantemente de que nuestro país sufre de un cainismo ancestral. Aquí nadie es nada, a menos de que tenga muy presente quién es su enemigo. No creo que suceda nada parecido en Europa, aunque sí en EEUU debido a las diferencias étnicas. Algo también en Gran Bretaña por la misma razón, la abundancia de inmigrantes de las antiguas colonias, pero eso es racismo. El caso de España resulta especial porque se trata de encontrar enemigos prácticamente iguales a uno mismo. Es más, si son muy diferentes, no provocan rechazo y por eso España es el país menos racista de la Unión Europea.

La búsqueda de identidad a través de negársela al otro o mediante la invención del diferente, es en nuestro país antiquísima y seguramente consustancial. Lo que no está claro, o nadie ha dado aún con la clave de bóveda de esta rareza arcaica, es la razón por la que los españoles tienen tanta necesidad de una identidad firme y unívoca, por qué están tan inseguros de sí mismos, por qué no son nadie hasta haber encontrado un buen enemigo.

Buceando por las enemistades feudales, de clan o de tribu, en los tiempos clásicos, salen de inmediato un montón de ejemplos, los agotes en Navarra, los chuetas baleares, los gitanos en todas partes, los judíos creo que especialmente en Castilla y Andalucía, así como los moriscos en Levante. Hay también algunas joyas, como los maragatos o (mis favoritos) los vaqueiros de alzada en Asturias. Estos últimos ya no inquietan a nadie, pero son un buen modelo del asunto. Eran unas poblaciones que vivían al margen, no en pueblos o villas, sino en sus brañas, que no se mezclaban (eran endogámicos) y a los que la gente creía originarios de esclavos romanos asilvestrados, individuos ocultos desde la expulsión de los moros, o cosas peores, y a quienes se atribuían costumbres secretas y se les evitaba o aislaba disciplinadamente. En realidad, eran tan sólo ganaderos que trashumaban con sus vacas del monte al llano y vuelta a empezar según la estación. Y seguramente su aislamiento era debido a la enemistad popular y no a su propia voluntad. Todavía eran abundantes en tiempos de Jovellanos, a quienes dedicó un estudio muy interesante e inencontrable excepto en las obras completas de mi admirada editorial KRK. Entre otras falsas peculiaridades, Jovellanos no encontró la menor diferencia lingüística, lo que indica su escasa diferencia.

«Si la idenficación con el enemigo hubiera fracasado, no podrían existir las aspiraciones nacionalistas»

Estos grupos ofrecen ejemplos antiguos de la manía hispana de una identidad a la contra, la cual se ha ido debilitando con el paso de los años y la hibridación moderna, aunque algunos casos, como el de los gitanos, siguen vivos, sobre todo por la falta de voluntad integradora de los jefes de clan.

Lo interesante, en la actualidad, son los nuevos ejemplos de esa arcaica identificación mediante la invención del enemigo que afecta, sobre todo, a Cataluña y al País Vasco gracias a la fantasía del español como animal dañino. «Hienas», nos llamaba el anterior presidente de la Generalidad, aquel xenófobo, Quim Torra. Si la identificación del enemigo hubiera fracasado, no podrían existir las aspiraciones nacionalistas, pero miles de ciudadanos vascos y catalanes se la han tomado en serio y creen que todas sus desdichas militares, económicas y matrimoniales vienen causadas por «los españoles».

Un amigo mío de la juventud decía con absoluta convicción que él, como catalán, no tenía nada en
contra de los andaluces, pero tampoco tenía nada que ver con ellos, le parecían tan extranjeros como los magrebíes. Sin embargo, no era consciente de que su aspecto (y el origen de su familia) era claramente norteafricano.

6 comentarios
  1. Halcon

    Reflexión madura de un buen escritor

    El sujeto individual.
    La formación de la identidad en un individuo es compleja, va a ser esencial, va a determinar en gran medida su vida y relaciones tanto íntimas como sociales.
    No me voy a extender, pero pasa por procesos de identificación con los objetos (padres, profesores, u otros) y procesos de diferenciación de ellos.
    En estos procesos de diferenciación a veces entra la emoción del odio al objeto, para conseguir sentir ser diferente, no es una forma patológica de diferenciarse, si se va integrando en la evolución y se continúa en la línea de la diferenciación e integración (es el célebre dicho, “muerte del padre”). Persistir en el estado del odio como forma de diferenciación tendrá consecuencias importantes en la vida adulta, casi siempre patológicas.

    El sujeto social
    Los sistemas sociales, funcionan de forma parecida al individuo.
    Los procesos de diferenciación se conducen a menudo con odio, frente al objeto del que pretende diferenciarse. La persistencia en esa emoción como constitutiva de la identidad predominante tiene también patología.
    En nuestro caso, España, hay regiones Cataluña o País Vasco que son ejemplo.
    Ahí conviven dos identidades, una que se identifica con el objeto (España), y otra que construye la identidad diferenciándose del objeto, través del odio.
    Permanecer en el odio, es una tortura, querer ser uno mismo aparentando un Yo colectivo fuerte que no lo es, requiere agotadores mecanismos de control, para defenderse del poder de atracción del objeto.
    Todo esto engendra comportamientos exagerados, a veces con delirios y megalomanías propias de la paranoia.

    Unificar estas dos formas diferenciación-identificación, antagónicas va a requerir habilidades.

    Pero esto se me escapa, sólo expreso el deseo de que se consiga.

  2. Ramendi

    Que acertado punto de vista . Y no alcanzo a encontrar una justificación completa de esta limitación que tenemos para considerarnos grupo sin enemigo o causa grande que nos una . En fin , aquí seguimos, con n defectos y virtudes.

  3. Blucher

    Muy interesante la historia de los vaqueros en sus brañas. Lástima que acaba tan pronto, y la histora del amigo no la sabremos.

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