Progreso al pasado
«Una vez más, la célebre frase, ‘¡Dios, qué buen vassallo si obiesse buen señor!’ nos sirve maravillosamente para describir la situación de un país martirizado»
Este país está cada día más raro. En realidad, lo raro es su Gobierno, un Ejecutivo de progreso que se está chiflando a ojos vista. Es como si el director de la empresa llegara cada día borracho a la oficina, se lanzara sobre las muchachas, se llevara el dinero de los bocadillos y gritara que él es el mejor y el más grande, como Cassius Clay, pero sin ganar un solo combate.
Las dos últimas borracheras han traído la protección y beneficio a más de cuatrocientos abusadores sexuales sin que a nadie del Gobierno se le mueva un pelo del tupé o de la trenza. Sin embargo, la protección de los machos agresivos es algo propio de las dictaduras fascistas, las cuales tienen como orgullo que sus machos estén próximos a simios tipo Maduro. ¿Es acaso un progreso ir premiando a los machos fascistas, de la mano de una poderosa empleada que no sabe redactar una ley?
Y la segunda ha sido el desprecio del rey de Marruecos ante un Ejecutivo que, junto al presidente, se había llevado un montón de ministros a tomar copas a Marruecos a cargo del presupuesto. ¿Es ahora signo de progreso que aquellos por quienes traicionamos a nuestros socios saharauis nos insulten o humillen sin que, una vez más, nadie del gobierno se dé por aludido y siga mirando cómo vuelan las cigüeñas? ¿O no se han enterado? Cada día que pasa, el portavoz, un mozo con gafas y cara de colegial abusado, está más cerca del palanganero que va enjugando por el suelo los vómitos del jefe para que nadie resbale.
«Es un modo de justificar el fascismo nacionalista catalán que a los españoles nos llama ‘hienas’»
Son sólo dos de los últimos efectos del Gobierno de progreso que padecemos entre nosotros, pero hay uno nuevo cada día sin que aún nadie haya decidido poner coto al fascismo de izquierdas que padecemos. Así, por poner el ejemplo de hoy, el socialista de Barcelona y el nacionalista de Cataluña han pactado los presupuestos, es decir, han apuntalado, el uno la independencia de Cataluña, y el otro la permanencia en su sillón del jefe chiflado. Ambos en perfecto acuerdo. Los medios sumisos y mercenarios lo han presentado como «el fin de los bloques» en Cataluña. Sin aclarar que antes los bloques eran los separatistas y los de la Constitución, pero ahora ya sólo quedan los separatistas. Claro, es un modo progresista de acabar con los bloques rindiéndose ante quien nos desprecia y excluye. Y es un modo de justificar el fascismo nacionalista catalán que a los españoles nos llama «hienas». Las hienas socialistas les sirven de felpudo.
Que esta locura se haya instalado en un país que, sin embargo, sigue trabajando, madrugando, esforzándose por mantener a la familia, sufriendo y sacrificándose agitado por una tempestad económica imprevisible, dice mucho en favor de la población de este país. Una vez más, la célebre frase, «¡Dios, qué buen vassallo si obiesse buen señor!» nos sirve maravillosamente para describir la situación de un país martirizado. Bien es verdad que la frase se escribió en el siglo XII y aplicada al Cid Campeador, pero hoy, gracias al progreso, parece que hayamos retrocedido a la Edad Media. A ver si aparece el Cid.