Las peligrosas ambiciones de Ruanda
Estados Unidos y Reino Unido ya no compran el argumento de Kagame de que para preservar la paz y la integridad en Ruanda necesita invadir periódicamente el Congo
Estados Unidos y Reino Unido ya no compran el argumento de Kagame de que para preservar la paz y la integridad en Ruanda necesita invadir periódicamente el Congo
Los progresos que ha hecho Ruanda desde el genocidio de 1994 han asombrado al mundo. No sólo se ha convertido en el mejor lugar de África para hacer negocios, con una economía que ha crecido un ocho por ciento en los últimos años, sino que ha logrado una cobertura sanitaria casi universal para sus ciudadanos, las cifras de mortalidad infantil han disminuido de manera espectacular y las calles de Kigali, su capital, son las más limpias y seguras de todo el continente. Sin embargo, como recordaba recientemente David Kampf, director de comunicaciones del Carnegie Endowment for Internacional Peace en el International Herald Tribune, nunca ha sido más imperiosa la necesidad de obligar al régimen que con mano de hierro encabeza Paul Kagame para que ponga fin a sus aventuras políticas, estratégicas y económicas en la República Democrática del Congo.
Desde que el ultraeficaz ejército ruandés persiguiera y aniquilara en suelo congoleño a los responsables del genocidio que en tres meses acabó con cerca de 800.000 tutsis y hutus moderados, con una nueva guerra de la que apenas se ha informado y que según fuentes humanitarias habría costado millones de víctimas a finales del siglo XX, las incursiones de las fuerzas de Kigali al oeste de su frontera han sido constantes. A menudo ha recurrido a aliados entre los tutsis que desde tiempo inmemorial viven del lado congoleño. El último grupo armado, M23, ha sufrido en los últimos días el graneado hostigamiento del Ejército de la República Democrática del Congo, con el respaldo de las Naciones Unidas, y resultados más que contundentes para su deplorable historial.
Kagame se ha encontrado con que sus hasta ahora fieles aliados, Estados Unidos y Reino Unido, se han cansado de su política expansionista. Ya no compran su argumento de que para preservar la paz y la integridad ruandesa necesita invadir periódicamente el Congo, un pretexto que además le ha servido para aprovecharse de las riquezas minerales del inmenso y caótico país vecino, sobre todo coltán, imprescindible para la industria informática y de telefonía. Según Africa Confidential, uno de los medios mejor informados sobre el continente negro, los últimos combates han mermado gravemente las capacidades operativas del M23. Desde que en abril del año pasado esta guerrilla iniciara su campaña contra Kinshasa, al menos 800.000 personas han tenido que abandonar sus hogares en la zona.
No puedo estar más de acuerdo con David Kampf cuando reclama de Washington, Londres y demás amigos de Kigali que utilicen su influencia (Ruanda ha venido recibiendo en ayuda externa el 40 por ciento de su presupuesto, lo que explica en parte su bonanza financiera y sus conquistas sociales) para que modifique de plano su actitud. No sólo debe Kagame poner fin a sus intromisiones en Congo, sino dar pasos nítidos para democratizar Ruanda. Era comprensible que quisiera evitar a toda costa que los fantasmas del pasado volvieran a apoderarse del país de las mil colinas, pero no a costa de someter a la mayoría de la población a una implacable dictadura que lamina cualquier atisbo de crítica o disidencia, por su propio bien.