Un agujero negro llamado Somalia
Una hambruna declarada a comienzos de la década de los noventa desató la intervención de las Naciones Unidas y de Estados Unidos, que acabó como el rosario de la aurora.
Una hambruna declarada a comienzos de la década de los noventa desató la intervención de las Naciones Unidas y de Estados Unidos, que acabó como el rosario de la aurora.
La imagen capta de inmediato nuestra atención. En primer término, un joven corre hacia nosotros (es decir, hacia el fotógrafo), despavorido, pero con chaquetón de cuero, camisa azul y un fusil en la mano. Al fondo, una formidable columna de humo y fuego. Es sin duda una calle de Mogadiscio, la capital, con una carcomida capa de asfalto que no ha sido renovado en veinte años, arcenes de puro polvo, chabolas y construcciones a medio hacer, y figuras de la pasión civil, tristemente acostumbradas a la guerra. El pie de foto intenta concretar el fogonazo de realidad: “El presidente Hassan Sheikh Mohamud ha sobrevivido a un atentado contra su convoy cometido, según fuentes oficiales, por el grupo radical islámico Al Shabab en las afueras de Mogadiscio. Somalia sufre un conflicto interno desde 1991”. Somalia es uno de esos países que la terminología de los expertos y los informes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) catalogan de ‘Estado fallido’.
A pesar de la espectacularidad –ese requisito que tanto estiman los editores gráficos de la sociedad del espectáculo-, la fotografía no logró sin embargo seducir a los de los principales periódicos españoles, que raramente se asoman al Cuerno de África. Hace falta más que el atentado –fallido, todo hay que decirlo– contra el presunto presidente de un supuesto país.
Médicos sin Fronteras (MSF) logró a mediados del pasado mes de agosto que Somalia volviera a la noria de las noticias para anunciar… un fracaso. Después de 22 años prestando asistencia a los habitantes de un país olvidado por sus dirigentes (enzarzados desde 1991 en una guerra de clanes y subclanes, ‘señores de la guerra’ y grupos guerrilleros), MSF ha llegado “al límite”. Así lo proclamó en Nairobi, la capital de la vecina Kenia, donde se levantan campos de refugiados de somalíes que huyeron de tantas devastaciones en su patria, el presidente internacional de la organización, Unni Karunakara: “Desde 1991 –año en el que comenzó el conflicto de Somalia– 16 miembros de MSF han sido asesinados, y decenas de ellos han sufrido graves ataques. Hemos llegado a nuestro límite”.
Al igual que otras ONG, Médicos sin Fronteras se vio obligada, para poder trabajar en tierra hostil, a contratar los servicios de mozalbetes armados con Kaláshnikovs. Para los que tuvimos la suerte, o la desgracia, de compartir jornadas con personal de MSF o de Unicef sobre el terreno, pasábamos el día moviéndonos de un lugar a otro siempre bajo escolta de niños y muchachos armados hasta los dientes que no dejaban de mascar qat (una hierba alucinógena, que llega puntualmente por avión desde Kenia todos los días, les mantiene alerta, entretenidos, y los dientes cubiertos de una capa negroverduzca). Sin la dudosa lealtad de esa escolta pagada, ni los ‘humanitarios’ ni los periodistas podían trabajar. Era un dilema moral que periódicamente sacudía la conciencia de las ONG que intentaban paliar el sufrimiento de la población. Nadie ha querido confirmar si se pagó, y cuánto, por la liberación de las cooperantes españolas Montserrat Serra y Blanca Thiebaut. Secuestradas en octubre de 2011 del lado keniano de la frontera, junto a uno de los campos de refugiados donde prestaban su labor con MSF, fueron liberadas el pasado mes de julio tras un penoso cautiverio en algún lugar de Somalia. Si la tierra es ingrata y peligrosa, también lo son los mares que bañan la costa somalí, banco de la gran industria nacional: el abordaje y secuestro de todo tipo de embarcaciones.
Antigua colonia británica, francesa e italiana, la actual Somalia surgió de la fusión de la Somalilandia británica y la Somalia italiana, mientras que la zona francesa se convirtió en Yubuti. Desde que en 1991 fuera derrocado el dictador Mohamed Siad Barré, Somalia ha vivido a merced de los ‘señores de la guerra’. Una hambruna declarada a comienzos de la década de los noventa desató la intervención de las Naciones Unidas y de Estados Unidos, que acabó como el rosario de la aurora. Salvo Somalilandia, el antiguo protectorado británico, que se autoproclamó independiente, donde reina una relativa paz, el resto del país ha pasado por todo tipo de vicisitudes, el menos penoso para buena parte de los somalíes, cuando la llamada Unión de Tribunales Islámicos impuso la sharía (ley islámica) y un cierto orden. Hoy es caldo de cultivo de Al Qaida.