No interesa
A Patarroyo no le pudieron comprar, aunque con las ofertas que recibió podrían haber vivido a lo grande varias generaciones de su familia.
A Patarroyo no le pudieron comprar, aunque con las ofertas que recibió podrían haber vivido a lo grande varias generaciones de su familia.
Hace un tiempo charlando con el doctor Patarroyo, descubridor de la vacuna de la malaria, me decía el poco o nulo interés que había desde ciertos sectores económicos en solucionar pandemias en zonas en las que la línea entre la vida o la muerte la marca una vacuna cuyo precio equivaldría a una caña de cerveza en un país desarrollado. En el caso del investigador colombiano cuando donó la patente de un producto que podría salvar a más de tres millones de personas que mueren cada año por la malaria, lobbies influyentes relacionados con el mundo de los laboratorios organizaron una campaña de desprestigio contra el investigador. Descalificaron su trabajo, la efectividad del producto y por lo tanto su elaboración masiva. Había demasiados intereses comerciales y mucho dinero en juego como para que viniera un médico nacido en Tolima, un pueblecito de Colombia, y se cargara de un plumazo la cuentas de resultados anuales cediendo una fórmula mágica a la OMS que nunca podría negociar con ella. A Patarroyo no le pudieron comprar, aunque con las ofertas que recibió podrían haber vivido a lo grande varias generaciones de su familia. No interesaba que los que no tenían derecho ni a respirar pudieran alcanzar un horizonte de vida futura. Y esa producción comercial que evitaría cada año millones de muertes se evapora porque es más rentable cocteles que mantengan una enfermedad como el SIDA en letargo, que apostar por la vacuna. En Haití, por ejemplo, la epidemia de cólera hace estragos y en lo que va de año hay más de 35.000 personas cuya vida pende de una medicación que nunca llegará. El drama es que no interesa.