Las conspiraciones de la CIDH
Lo que resulta incómodo para los gobiernos totalitarios es que el sistema interamericano de justicia resulta un freno para buena parte de sus atropellos
Lo que resulta incómodo para los gobiernos totalitarios es que el sistema interamericano de justicia resulta un freno para buena parte de sus atropellos
Este martes 10 de septiembre, un año después de que el fallecido presidente Hugo Chávez denunció la Convención Americana sobre Derechos Humanos, y sin que su sucesor hiciera nada para revertirlo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) perdió jurisdicción sobre Venezuela. Ningún venezolano podrá recurrir a esta instancia internacional, si se siente violentado por su gobierno.
Chávez dijo que tomaba esta decisión porque el sistema interamericano: “Es un cuerpo politizado, utilizado por el imperio para agredir a gobiernos como el venezolano”. Nicolás Maduro refrendó hace poco la idea: “El sistema derivó en un instrumento de persecución contra los gobiernos progresistas de la región”.
Declaraciones como éstas son especialmente llamativas para quien proviene del Perú, como yo. En 1999, Alberto Fujimori pretendió retirarse del sistema interamericano de justicia, y sus razones eran bien diferentes a las de Chávez. Para él, la Corte no era controlada por el imperialismo americano, sino por ‘oenegés’ de izquierda, que la hacían proclive a favorecer al movimiento terrorista peruano de ideología marxista-leninista Sendero Luminoso.
Que dos argumentos tan contradictorios hayan sido empleados para obtener el mismo resultado debería darnos alguna pista sobre su veracidad. También que Fujimori, Chávez y Maduro recurrieran a justificaciones políticas y subjetivas, y nunca hayan querido rebatir lo de veras importante: la calidad y el sustento jurídico de las sentencias de la CIDH.
Porque lo que de verdad incomoda a los gobiernos totalitarios —sean de derecha o izquierda— es que el sistema interamericano de justicia resulta un freno para buena parte de sus atropellos y arbitrariedades, un escollo para el avance de sus proyectos antidemocráticos, y por eso han hecho lo posible por desprestigiarlo y abandonarlo. El gobierno de Venezuela consiguió ese propósito donde el peruano fracasó, y los venezolanos han perdido una protección muy valiosa, como casi la perdimos los peruanos. Por su bien y el de la democracia, ojalá sea por poco tiempo.