THE OBJECTIVE
Paco Gomez Nadal

La trazabilidad de la sangre

Los hipijos del autodenominado primer mundo se preocupan en exceso por la trazabilidad de su comida pero aún no han descubierto que la camisa que visten rezuma sangre

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La trazabilidad de la sangre

Los hipijos del autodenominado primer mundo se preocupan en exceso por la trazabilidad de su comida pero aún no han descubierto que la camisa que visten rezuma sangre

Eso de que somos 7.000 millones de seres humanos sobre el planeta sólo se lo creen los bisoños demógrafos de la ONU. En realidad no somos más de 500 millones. Los que contamos somos los ‘homo consumens’, los que tenemos la capacidad compulsiva de comprar, los que sublimamos los deseos en una caja registradora al frenético ritmo de las perpetuas rebajas en las que se ha convertido la vida de los países de PIB considerable. Los demás… los demás son esclavos contemporáneos, figurantes con derecho a muerte violenta de los cientos de conflictos armados que configuran el mercado de armas mundial o desechos humanos en busca de vertedero.

Por esta razón, lo que haya pasado en Bangladesh, el nuevo incendio de un ‘ingenio’ textil, nos importa tan poco como a Washington que India juegue con misiles capaces de transportar una cabeza nuclear (¿eso sólo se transporta?) a 5.000 kilómetros de distancia. 

El consumo de los seres humanos que realmente importamos es lo que importa y en un sistema de mercado en el que los asalariados cada vez cobran menos hay que lograr que lo que se vende cada vez sea más barato de producir. En realidad no hay nada nuevo bajo el sol putrefacto de la Modernidad colonial: al igual que Inglaterra se convirtió en el imperio económico más poderoso gracias a las plantaciones de las Indias Occidentales, primero, y de las Orientales, después, ahora nuestros reputados consejos de administración se forran produciendo cachivaches en las maquilas infernales de Asia, Sudáfrica o Haití.

Los hipijos del autodenominado primer mundo se preocupan en exceso por la trazabilidad de su comida pero aún no han descubierto que la camisa que visten o el forro polar que los cobija rezuma sangre. Hasta que no nos preocupemos de ese hilo que nos conecta a los ‘nadie’ no podremos dejar de ser ‘homo consumens’ para volver a sentirnos seres humanos.

 

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