Monumento a la estupidez humana
A la responsabilidad por la negligencia en el rumbo y la velocidad, causas objetivas del naufragio, se une la cobardía y el abandono de las tareas de salvamento de pasajeros y tripulación
A la responsabilidad por la negligencia en el rumbo y la velocidad, causas objetivas del naufragio, se une la cobardía y el abandono de las tareas de salvamento de pasajeros y tripulación
Hay una ley del mar, que ni siquiera necesita estar escrita, por la que un capitán nunca abandona el barco hasta que estén a salvo todos los pasajeros y tripulantes en caso de naufragio. El capitán Francesco Shettino, al mando del Costa Concordia, un trasatlántico de lujo, con 4229 pasajeros a bordo, encalló violentamente la nave en las proximidades de la costa de la Isla de Giglio, en la Toscana, el 13 de enero de 2012.
Uno de los primeros en abandonar el barco fue este extraño capitán italiano que se aproximó a la costa a toda máquina para saludar a los parroquianos de la orilla y terminó chocando con las rocas, lo que abrió una vía de agua de más de setenta metros.
A la responsabilidad por la negligencia en el rumbo y la velocidad, causas objetivas del naufragio, se une la cobardía y el abandono de las tareas de salvamento de pasajeros y tripulación. El saldo, 32 muertos y el naufragio de la embarcación que quedó varada y encallada sobre su costado izquierdo.
La operación de reflotamiento del trasatlántico está costando más de seiscientos millones de euros y todo un reto para la ingeniería naval que nunca se había enfrentado a una tarea de esta envergadura.
En espera de la sentencia por los cargos por los que está imputado el capitán italiano, la memoria de los muertos, los daños medioambientales y la recuperación de la nave son sin duda un monumento a la estupidez humana, a la irresponsabilidad de un marino y a su inmensa cobardía al abandonar al pasaje del trasatlántico a su suerte.