THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

El crimen más eficaz

Digamos muy cínicamente que ya da lo mismo. Porque el uso de armas químicas va a quedar impune

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Digamos muy cínicamente que ya da lo mismo. Porque el uso de armas químicas va a quedar impune

La ONU ha confirmado que el pasado 21 de agosto al menos 1.400 sirios murieron por los efectos del gas sarín en las cercanías de Damasco. La ONU no identifica, sin embargo, a las fuerzas combatientes que hicieron uso de esta arma química prohibida que ataca el sistema nervioso y produce una muerte terrible. De ahí que el régimen de Bashir el Assad y Rusia mantienen su tesis de que fueron los rebeldes sirios los que utilizaron el gas. Mientras informes de EE UU y Francia se reafirman en que fue el régimen de Damasco el que utilizó estas armas. Y se apoyan en grabaciones de conversaciones de oficiales del ejército sirio interceptadas en las que se pedía el uso del gas y en el hecho de que el tipo de munición portadora del gas solo consta en anos del ejército y no de los rebeldes. Digamos muy cínicamente que ya da lo mismo. Porque el uso de armas químicas, al menos el del 21 de agosto, va a quedar impune. Pero es bueno se recuerde para cuando en el futuro haya pruebas no controvertidas de la identidad de los responsables. Porque la gran jugada diplomática que se produjo a partir de este crimen, sea quien fuere su autor, pasará a la historia como uno de los más crueles ataques de debilidad de EE UU en el escenario político internacional. Sin entrar a juzgar cuánto de la operación fue calculada añagaza de la gran triunfadora de la operación, Rusia, o cuánto fruto de la casualidad en un juego más o menos involuntario de ambigüedades, lo cierto es que Barack Obama logró en diez días infligirse a sí mismo y a EE UU una espectacular humillación. Sin las obvias indecisiones del presidente norteamericano y la perfecta evidencia de que carecía de convicción y estrategia, habría sido imposible que la potencia norteamericana, que comenzó reclamando muy justamente la necesidad de castigar el uso criminal de armas químicas, concluyera la crisis como claro perdedor. Y aupara al papel de potencia justiciera y mediadora a la Rusia de Vladimir Putin, parte combatiente como principal aliado y suministrador del régimen de Assad y su guerra, reconocida como una práctica genocida. El máximo responsable de la misma, el presidente sirio, es junto a Putin el otro triunfador del embrollo. Putin ha logrado presentarlo como baluarte contra unos rebeldes a los que ha logrado con gran eficacia propagandística equiparar con el fanatismo islamista y Al Qaeda. Así las cosas, el ataque del 21 de agosto ha sido un crimen extremadamente eficaz. (Nadie puede tomarse realmente en serio la voluntad de hacer un inventario de las armas químicas distribuidas por todo el territorio de un país en guerra. Ni su localización, su control ni su posterior destrucción son viables.) Las víctimas han sido estigmatizadas con la sospecha de ser autores de su propio envenenamiento. Washington, valedor en principio de la legalidad internacional, ha hecho humillante enmienda. Rusia, un régimen bajo Putin cuestionado en su legitimidad por los fraudes electorales, denunciado por la persecución de la discrepancia y la brutalidad de su política contra minorías, entre ellas los homosexuales, ha emergido convertido en «héroe de la paz» por impedir la represalia norteamericana. Y Siria, para los expertos independientes sin duda el responsable del ataque químico, que lleva dos años masacrando a su población, erigido en defensor del orden y los intereses de todos los potenciales enemigos del fanatismo islamista. Pero nadie se preocupe, habrá nuevas oportunidades, porque tras esta impunidad en el uso, está garantizada su repetición en los campos de batalla de la región que serán muchos.

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