Náufragos

Pedimos a los líderes que sean unívocos, que no se equivoquen ni vacilen. Que no sean, en fin, como nosotros.

De todas las imágenes que he visto durante esta pasada semana, y créanme que son muchas, hay tres que recuerdo nítidamente. Una muestra a Angela Merkel comprando en un supermercado en Berlín. La segunda es una toma desde la superficie del agua del catamarán Oracle acunado por las olas. La tercera es una escena de violencia, en la que un grupo de exparacaidistas rusos agrede a un activista gay en San Petersburgo.

En las tres fotos hay algo que está fuera de lugar, un equívoco. Merkel se muestra frágil, pequeña, quizá sea una estrategia de marketing más, una manera de ganar el voto de los que no se fían, pero consigue parecer más cercana; perdida, como en la canción de The Clash, en el supermercado. El Oracle, símbolo de éxito, aparece también como náufrago sin rumbo en esa imagen donde hasta la lente está inundada. Y los musculados paracaidistas parecen caídos de una carroza del día del Orgullo Gay, aturdidos y hostiles porque no saben aún de qué lado cayeron. Golpean para machacar sus propias dudas, que son el inicio del diálogo.

El poder solo lo mantiene el que no se expone, el que se esconde. La exposición desgasta, destapa las contradicciones y, por alguna razón, pedimos a los líderes que sean unívocos, que no se equivoquen ni vacilen. Que no sean, en fin, como nosotros. Sin embargo, el naufragio es el mejor modo de saber que estuvimos cerca de algo, que lo intentamos y que seguimos flotando, a la deriva, listos para reinventarnos.

No encuentro diferencia entre las gobernantas y los gobernantes. No sé si se cumple el tópico de que una mujer con poder es más peligrosa que un hombre, ni el de que el mundo sería mejor gobernado por mujeres. Quizá ambos tengan una parte de verdad y otra de mito. Yo solo veo que cada vez que aparece un líder que merece la pena, hombre o mujer, lo desactivan o lo matan.