Ni profesor, ni libro, ni lápiz

No hay duda de que TODAS somos Malala, y, aunque utilizo el género femenino, incluyo en ello a hombres y mujeres

Probablemente mañana, a Malala Yousafzai se le otorgue el Nobel de la Paz. ¿Acaso no se lo merece? No me mal interpretéis, seguro que mucho más que Obama; pero ¿es justo cargar con el peso de recibir un galardón de esa envergadura? Ayer se cumplía tan sólo un año del despiadado acto terrorista a una niña por defender el derecho de las mujeres a la educación, en pro de la libertad y el conocimiento. Un talibán se subió al coche en el que viajaba Malala, camino de su escuela al norte de Pakistán, y le disparó en la cabeza. Aquel 9 de octubre el mundo tembló de rabia y se amarró a la mínima esperanza de vida. ¡Se hizo el milagro! Ese 9 de octubre el mundo comenzó a construir un nuevo símbolo de la lucha, la justicia y la paz: ¡Malala! En todo este tiempo, ha dejado su Swat natal, sus compañeras de escuela y se ha convertido en una adulta prematura que hasta ha publicado su autobiografía ‘I am Malala’. No hay duda de que TODAS somos Malala, y, aunque utilizo el género femenino, incluyo en ello a hombres y mujeres. Pero Malala ¡sólo hay una! Tiene 16 años, víctima superviviente de un acto terrorista, y los talibanes ya han avisado que de tener ocasión… ¡la matarán! Aunque no hay que darles el poder ni engrandecer sus amenazas ¿no sería más justo que en vez de erigirla como un nuevo símbolo, los poderosos se afanaran en ver cumplidos los deseos de esta joven heroína? Yo creo en Malala: “Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”. De poco sirve premiar y laurear si quienes pueden cambiar las reglas de juego permiten que 61 millones de niños en el mundo no tengan ni profesor, ni libro, ni lápiz.