El hombre sin rostro
Me quedo con la imagen aterradora de la máquina voladora escupiendo fuego sobre uno, dos o cien seres humanos
Me quedo con la imagen aterradora de la máquina voladora escupiendo fuego sobre uno, dos o cien seres humanos
En uno de los últimos episodios de Homeland (sí, nuestra serie favorita ha vuelto) asistimos —no sin cierta fascinación— a la ejecución simultánea por parte de la CIA de seis objetivos diferentes —todos ellos terroristas— en seis partes del mundo, más o menos como si El Padrino trabajara para Obama. En la ficción, la operación es narrada con planos cortos, música incidental y evidente tensión dramática; una de las ejecuciones, además, se muestra más ampliamente y está llena de suspense y de tragedia. Al final de la secuencia, los coordinadores de las ejecuciones, que monitorean todo desde Langley, felicitan a los agentes por el trabajo bien hecho y se van a sus casas a comer.
Estaba disfrutando culposamente de la verosimilitud de todo esto (ya que me crié en la Guerra Fría y en los cuentos de mi niñez la bruja era el imperialismo yanqui), cuando salió a la luz el informe presentado por la Comisión de la ONU para la Lucha contra el Terrorismo y Derechos Humanos. Fue entonces cuando toda la épica y uno de los mitos más abusados, el del (hombre) bueno contra el (hombre) malo, se fue al cuerno: Las muertes de más de 400 víctimas civiles en Pakistán en los últimos años —y otros 200 catalogados como «probables no combatientes»— no han sido obra de superespías que ponen en riesgo su vida para defender un mundo libre, sino de vehículos aéreos no tripulados. ‘Drones’.
Mientras el propio gobierno norteamericano admite estar en horas bajas, y más allá de los informes contradictorios de ambos países y el cruce de cifras que en toda guerra pretende inclinar la balanza hacia uno u otro lado, me quedo con la imagen aterradora de la máquina voladora escupiendo fuego sobre uno, dos o cien seres humanos. Puede ser engañosa la sensación de que no haya nadie detrás del monstruo de metal; nadie con una mirada, una respiración contenida, un segundo de duda antes de apretar el gatillo. Porque lo cierto es que a cientos, tal vez miles de kilómetros de donde estás, alguien tiene que haber apretado el botón.