Vivir con ilusión

Todos queremos un cuento antes de dormir, imaginarnos viviendo otras vidas, y nos ilusionamos cuando conseguimos que nuestra vida se parezca a la que habíamos imaginado

Uno puede vivir lamentándose, eso ocurre mucho en España; la queja, el enfurruñamiento, la protesta hueca en murmullos que no produce cambios, sino que sirve solo para dejar constancia de lo mal que estamos. Eso es contagioso, se te pega a la piel, te pringa como el aceite y no es fácil de quitar. Resulta fácil sentirse cómodo en ese espacio donde todo es criticable y el infierno siempre es ‘el otro’. Lo contrario es complicado, exige madurez y coherencia, tratar de entender, buscar soluciones, cambiar las rutinas con asiduidad, pensar primero en la propia responsabilidad en cada situación y trabajar desde ese punto de partida. 

«Lo importante”, decía Sartre, «no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros». Vivir sin ilusión es vivir anestesiado, resignado a que nunca pase nada. Y toda ilusión comienza en forma de juego, que como cualquier niño sabe, es una cosa muy seria. Lo que ocurre es que dejamos de jugar, creyendo que hay una edad para volverse serios, solemnes y aburridos. 

Las ilusiones ópticas nos llevan a percibir la realidad de varias formas, las cosas de pronto pueden ser y no ser, convertirse en imposibles estando sin embargo ahí, delante de nuestros ojos. ¿Y si todo fuera una cuestión de percepción? 

«Los sueldos en España no han bajado, han moderado su crecimiento»: El ministro Montoro nos proponía una ilusión óptica, hacer que lo casi vacío parezca medio lleno. Todos queremos un cuento antes de dormir, imaginarnos viviendo otras vidas, y nos ilusionamos cuando conseguimos que nuestra vida se parezca a la que habíamos imaginado. La ilusión tiene que ver con lo que aún no ha ocurrido, y lo mejor siempre está por llegar.