Yo soy premio Nobel, ¿y tú?
Te despistas un poco y acabas discutiendo con algún usuario de Twitter tan seguro de sus ideas que en vez de foto de perfil sigue dejando el huevo de los cobardes
Te despistas un poco y acabas discutiendo con algún usuario de Twitter tan seguro de sus ideas que en vez de foto de perfil sigue dejando el huevo de los cobardes
Es mentira que dentro de cada españolito de a pie haya un entrenador de fútbol. Bueno, en realidad es mentira que dentro de cada españolito de a pie haya sólo un entrenador de fítbol. Porque también conviven un mecánico de Fórmula 1, un traumatólogo, un fotógrafo de Pulitzer y un cocinero tres estrellas Michelin.
Todos sabemos de todo. Twitter ha sacado los monstruos que llevamos dentro.
Antes, cada familia tenía su sabelotodo, el que discutía de medicina con el primo cardiólogo, de economía con el cuñado asesor del ministro, o del corte de la carne con el hermano carnicero. Eran pesados, pero eran tus pesados. Los aguantabas en las celebraciones familiares y te reías en su cara a costa de los ¡zas en toda la boca! que inevitablemente acababan recibiendo.
Pero ahora resulta que te toca aguantar lecciones de los cara-huevos. Te despistas un poco y acabas discutiendo con algún usuario de Twitter tan seguro de sus ideas que en vez de foto de perfil sigue dejando el huevo de los cobardes.
Porque dentro de cada españolito también anida un periodista. No te sugiere, ni te critica constructivamente, ni te pide explicaciones. No. Te trata como si fuera un director de informativos con décadas de experiencia y tú una pobre becaria.
Son los mismos que esta semana sabían más que nadie de todos los premiados con el Nobel. Que todo el mundo haya leído a Alice Munro es raro, pero podría ser. Podría ser. Pero que todo el mundo discuta de química computacional, sepa más que nadie sobre tráfico vesicular o sea capaz de explicar en 140 caracteres lo que es el bosón de Higgs, no me negarán que raro, lo que se dice raro, lo es un poco.
Pero claro, olvidaba que dentro de cada españolito están todos y cada uno de los premios Nobel pasados, presentes y futuros. Como los fantasmas de Navidad. Pero mucho más pesados. Y con mucha menos razón.