Underground
Los muertos, nuestros muertos, exigen ahora otras ceremonias, seguramente la de la justicia, acaso la del perdón. Nunca la del olvido
Los muertos, nuestros muertos, exigen ahora otras ceremonias, seguramente la de la justicia, acaso la del perdón. Nunca la del olvido
Cuando eres de una ciudad como Lima te acostumbras a algunas cosas que al otro lado del mundo pueden parecer surrealistas: a que la tierra tiemble (sobre todo en octubre), a pactar con el taxista el precio por el trayecto (antes de siquiera subir al taxi) y, desde luego, a caminar sobre los muertos. Y no es que tengamos una devoción especial por la parca y sus representaciones, como ocurre con los mexicanos; es sólo que en Lima casi cada distrito tiene su propia huaca –lugar sagrado–, esos pequeños vestigios de nuestro pasado que los niños suelen mirar con curiosidad y los adultos como piezas prescindibles del mobiliario urbano. Un paisaje cotidiano en el que conviven la ceremonia y también el desgarro.
Sin embargo, hallazgos como el confirmado ayer en la huaca Pucllana, del distrito de Miraflores, en Lima, sirven, tal vez, para ponernos a los limeños en perspectiva. Caminamos sobre muertos. Y no sólo sobre el adulto y el niño momificados y enterrados hace mil años en la huaca, sino sobre los que vimos desaparecer hace pocos años durante el decenio fujimorista, los de las fosas comunes y los insepultos, los de las madres que morirán sin conocer el destino de los cuerpos que amamantaron y criaron. Los de los hermanos ausentes. Esos que no murieron con la bárbara nobleza de un sacrificio ritual, sino en una pútrida operación militar o terrorista. Muertos que nos hablan de una naturaleza salvaje no tan distante en el tiempo.
Tal vez las momias de la huaca Pucllana han aparecido –en realidad, han vuelto– para recordarnos a los peruanos que abarrotamos el restaurante gourmet que ahora se levanta a escasos metros del monumento, no sólo de dónde venimos, sino a dónde nos fuimos, lo que olvidamos. Porque no importa la proximidad de la muerte; los muertos sobre los que caminamos no pueden volverse, hoy más que nunca, parte de un pasado que tampoco es pasado. Porque los muertos, nuestros muertos, exigen ahora otras ceremonias, seguramente la de la justicia, acaso la del perdón. Nunca la del olvido.