Réquiem por Lou Reed
Este compositor e intérprete neoyorquino demostró que la rabia podía ser un combustible inmejorable para producir belleza
Este compositor e intérprete neoyorquino demostró que la rabia podía ser un combustible inmejorable para producir belleza
Acabo de llegar a casa, luego de pasar una tarde feliz con los amigos, y la noticia me ha pegado como una bofetada en el rostro. El rostro duro y eternamente estragado del cantante de la voz afilada y la poesía vertiginosa aparece en la portada del diario, y lo acompaña un mensaje imposible: «Lou Reed ha muerto».
Lo escuché por primera vez hace muchísimos años, en un box-set doble que incluía sus canciones más conocidas, y fue una revelación. Con sus personajes marginales, sus historias tan sórdidas y sus sombrías escenografías, este compositor e intérprete neoyorquino demostró que la rabia podía ser un combustible inmejorable para producir belleza, y componer unas canciones emocionantes y desgarradoras. Las recuerdo como una compañía imprescindible en las peores épocas de soledad, derrota y confusión: había quien sentía lo mismo, y era capaz de traducirlo con una brillantez y una sensibilidad estremecedoras.
La pared parece de cartón en el momento mismo que me siento a escribir este pequeño homenaje, y la coincidencia aturde. En el piso de al lado, mi vecino pone el estéreo a todo volumen, y puedo distinguir amortiguados esos compases de contrabajo y guitarra tan sencillos y perfectos, y aquella primera frase tan familiar: «Holly came from Miami FLA…». Debo haberla escuchado cientos de veces, pero hacía tiempo que no sentía la conmoción que acompaña a «Walk on the wild side», mientras se escurre hasta mi escritorio. Lou Reed vuelve a acompañarme como entonces, aunque ya no esté.