Pequeños hermanos
¿Cómo éramos, antes de que existieran esas cámaras? ¿Cómo seríamos sin ellas? Imposible saberlo
¿Cómo éramos, antes de que existieran esas cámaras? ¿Cómo seríamos sin ellas? Imposible saberlo
Se calcula que para el mundial de fútbol 2014 llegarán a instalarse en Brasil 700.000 cámaras de sistemas privados de seguridad. Habrá una cámara instalada por cada ocho paulistas, una por cada nueve cariocas. El gobierno no tendrá mucho que hacer: apenas instalará 1.000 cámaras, lo cual indica que las analogías con el Gran Hermano están equivocadas. Orwell jamás soñó que los comercios y las urbanizaciones privadas se pusieran a espiar a los ciudadanos. La pesadilla del escritor inglés era de otro siglo de totalitarismo más centralizado; un Estado era el único Ojo. Ahora son muchos pequeños hermanos los que espían.
¿Cuántas veces nos captura una cámara al día? Levantamos la mirada al caminar por un centro comercial y descubrimos que estamos siendo filmados. Ingresamos a un edificio a visitar a un amigo, y una cámara nos sigue. No sabemos qué ocurre en los ascensores y en los baños de los bares y restaurantes, pero intuimos que en algunos hay montados sofisticados sistemas de captura de imágenes. A veces sirven para algo positivo: caen ladrones, asesinos y secuestradores gracias al rastro que dejan en una pantalla. Pero la mayor parte de lo que se filma es el detalle banal de nuestras vidas, lo que hacemos (o no) mientras transcurren las horas. ¿Cómo éramos, antes de que existieran esas cámaras? ¿Cómo seríamos sin ellas? Imposible saberlo. Ya estamos definidos por ellas. Las cámaras no sólo nos graban; también influyen en nuestros actos. Hacemos cosas y también dejamos de hacerlas por ellas. No nos quejamos de la falta de privacidad, porque en eso al menos no somos hipócritas: nosotros también tenemos instalado un ojo electrónico en casa o en el trabajo. Nosotros también somos pequeños hermanos.