THE OBJECTIVE
Carme Chaparro

Diez elevado a la menos treinta

Es imposible no maravillarse ante las imágenes de nebulosas, galaxias y constelaciones que nos rodean. Es imposible no sentirse pequeños ante ese Universo impensable que se extiende un mínimo de unos cien mil millones de años luz a nuestro alrededor y del que no conocemos apenas nada.

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Diez elevado a la menos treinta

Es imposible no maravillarse ante las imágenes de nebulosas, galaxias y constelaciones que nos rodean. Es imposible no sentirse pequeños ante ese Universo impensable que se extiende un mínimo de unos cien mil millones de años luz a nuestro alrededor y del que no conocemos apenas nada.

Como tantas otras cosas, tuvimos el Universo en nuestras manos y no lo sabíamos. 

Ahí estaba, encerrado en un viejo televisor de tubo; primero paseándose a sus anchas entre La Tele y el UHF, y algo más acorralado después cuando fueron llegando nuevos canales a nuestras vidas. 

Pensábamos que lo interesante estaba en programas y anuncios cuando justo a su lado convivía la luz más antigua del Universo, la de ese primer instante en el que todo comenzó a existir. 

Mientras íbamos buscando canales por el espectro (¿se acuerdan de cuando la sintonización era manual?) y nos desesperábamos para colocar la ruedecita justo en el punto en el que las imágenes se vieran con menos interferencias, ignorábamos que en esas zonas llenas de zumbido y mareantes puntitos blancos y negros se escondía un uno por ciento de la radiación cósmica generada durante la gran explosión que originó el Universo. 

El Big Bang en el salón de casa 13.700 millones de años después, convertido en ondas microondas por el tiempo y la distancia. 

Lo que hoy vemos utilizando los más potentes telescopios es el resultado de esa explosión que creó el Universo en apenas una millonésima de millonésima de millonésima de millonésima de millonésima parte de segundo (o, si lo prefieren, diez elevado a la menos treinta segundos).

Es imposible no maravillarse ante las imágenes de nebulosas, galaxias y constelaciones que nos rodean. Es imposible no sentirse pequeños ante ese Universo impensable que se extiende un mínimo de unos cien mil millones de años luz a nuestro alrededor y del que no conocemos apenas nada. La humanidad es, seguramente, una de los millones de civilizaciones inteligentes que lo pueblan.

 Sólo eso debería hacernos sentir humildes. Ya no sólo como especie, sino como personas individuales. Así que la próxima vez que se crea el centro del mundo piense en lo inimaginablemente pequeño que es, y que algunos de sus problemas pueden también serlo. Quizá así seríamos un poco más felices.

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