Buen vino sin borrachera
Unos ochenta señores de edades y procedencias muy variadas se reunieron el pasado fin de semana en un hotel de Ginebra para hacer lo que hacen cada otoño.
Unos ochenta señores de edades y procedencias muy variadas se reunieron el pasado fin de semana en un hotel de Ginebra para hacer lo que hacen cada otoño.
Unos ochenta señores de edades y procedencias muy variadas se reunieron el pasado fin de semana en un hotel de Ginebra para hacer lo que hacen cada otoño (además de un garbeo primaveral por alguna zona de viñedos del mundo): darle vueltas a la actividad agroindustrial más antigua del mundo, la transformación de la uva en vino, compartir los últimos avances científicos y técnicos en ese campo, y a renglón seguido alzar sus voces contra los excesos de la tecnología, de la manipulación, de la bastardización del vino.
Viejos viñadores con las manos encallecidas y jóvenes investigadores de la genética de la vid unen sus voces en defensa de las mejores tradiciones, del vino más cercano a la naturaleza y que huele y sabe a la tierra y los pedruscos sobre los que creció la vid, y del uso prudente y mesurado de los utensilios que la ciencia nos ha dado para controlar su elaboración.
¿Es muy importante o puramente anecdótico, en el mundo de 2013, ese cónclave anual de las gentes del vino bajo el paraguas de una Academia Internacional del ídem? Sin duda que para muchos ciudadanos en un país como España que le ha dado la espalda a la ancestral bebida –nuestros vecinos Francia y Portugal consumen tres veces más ‘per cápita’– se trate de un acontecimiento trasnochado y casposo, sin interés salvo para un grupúsculo de aficionados.
Los que sí seguimos luchando al otro lado de la barricada, en esta era neoprohibicionista, creemos que el vino forma parte inseparable de nuestra cultura, que es una bebida estupenda y que cada vez está menos asociada al abuso y al alcoholismo –éste sigue aumentando cuando se consume cuatro veces menos vino que hace medio siglo: los destilados son los causantes- y sí, en cambio, a la buena mesa y su sobremesa compartidas con los amigos. Y con moderación, es innegablemente saludable. Así que seguiremos en la lucha, no sólo en Ginebra.