Hasta nunca Mr. Marshall

El sueño pervertido y húmedo de Eurovegas era tan parecido a la peli de Berlanga que a Ignacio González se le estaba poniendo cara de Pepe Isbert

El sueño pervertido y húmedo de Eurovegas era tan parecido a la peli de Berlanga -a Bienvenido Mr. Marshall- que a Ignacio González se le estaba poniendo cara de Pepe Isbert. Por eso no es extraño que los finales hayan resultado idénticos, con una legión de ilusos agitando banderitas y los yanquis haciendo una higa y pasando de largo a toda velocidad. Ahora Ignacio González una explicación nos debe. Y esa explicación que debe nos la tiene que dar.

No será este el siglo en el que el concepto de decencia se interponga a los intereses económicos, así que del naufragio del proyecto no se puede culpar a la siempre sospechosa moral católica, tan socorrida en estos casos en los que hay colocarle el muerto a alguien. Es esto tan cierto que el otro día un banquero profesional -y filósofo diletante-, hacía responsable de la corrupción de nuestro país a la fe de nuestros padres. Vaya tela.

Es probable que Eurovegas haya reventado por la verdadera peste nuestra, que no son los oratorios sino los burocracia soviética, los sindicatos del langostino y las taifas, que nadie quiere arriesgar su dinero en una corte repleta con tantos reyezuelos, donde el poder público se mete hasta tu casa para decirte lo que tienes que comer. La noticia puede ser negativa si creemos -como Santiago Rusiñol-, que el juego es altamente moral, porque sirve para arruinar a los idiotas. Pero lo cierto es que acabamos de ahorrarnos un exceso de indignidad, que sólo nos faltaba contratar como croupieres y proxenetas a los amnistiados de Estrasburgo, y ya Europa nos podría dar el título oficial de cubo de basura de la Unión. Y entonces Cataluña querría ser aparte, el cenicero.