El infierno
México, allí donde mandan los narcos, es la sede de la desolación. El infierno es el infierno, lo llames como lo llames.
México, allí donde mandan los narcos, es la sede de la desolación. El infierno es el infierno, lo llames como lo llames.
México, allí donde mandan los narcos, es la sede de la desolación. El infierno es el infierno, lo llames como lo llames. El Estado dimitió hace tiempo de sus obligaciones, enfrascado en luchas de poder. El poder del perro. Desatendió al personal, y los ciudadanos están a la intemperie moral y físicamente. Allí saben, como Gandolfini, mi Tony Soprano favorito, que no se caga donde se come, y mucho menos se caga donde comen los “mero mero” del narco.
En Michoacán ciudadanos armados han forzado a los malandros a dar un paso atrás. Se han armado y han llegado a liarse a tiros con ellos. Grupos organizados de autodefensa han llegado a trincar a policías cómplices de narcotráfico. Ataviados con camisetas y gorras identificativas, artillados con rifles y con doble ración de cojones, patrullan las calles. Como homenaje a estas cuadrillas de sobrevivientes hartos ya de estar hartos, un grafitero, encaramado a una escalera, le dispara espray a un muro para que, al paso de los valientes, quede constancia gráfica de su misión.
Cualquiera que haya pisado México sabe que es un país en el que se lleva a rajatabla la máxima de oir a todos y no fiarse de ninguno; tener a todos por amigos pero cuidarse de cada uno de ellos como si fuera el peor enemigo. No se fía nadie ni de dios.
Observo los rostros de estos hombres hastiados de horror en la foto de Reuters y me da la impresión de que todos ellos portan cara de que les van a matar al final de esta película real como la vida misma. Han dado un paso al frente. Pero estos gestos, esta valentía, en un país como México, me temo que está condenada al fracaso. Me quito el sombrero ante ellos. Admiro su arrojo. Comprendo sus motivos. Pero me indigna que hayan tenido que llegar a eso. Cuando sucede, el Estado no existe. Los gobiernos que son y han sido debieran sentir vergüenza. Pero están demasiado alejados, en sus barrios protegidos, con su aparato de seguridad, como para querer enterarse. Asco.