El sobresalto de los meteoro
Parece una película de ciencia-ficción: Los rascacielos norteamericanos rodeados por un glaciar.
Parece una película de ciencia-ficción: Los rascacielos norteamericanos rodeados por un glaciar.
Parece una película de ciencia-ficción: Los rascacielos norteamericanos rodeados por un glaciar. Hemos visto las cataratas del Niágara convertidas en gigantescos carámbanos. A este paso los osos blancos acabarán paseando por Chicago. Todo es consecuencia de un nuevo y alarmante meteoro: el vórtice polar. Es una corriente de aire gélido que se engendra en el Polo Norte y resbala por Canadá y los Estados Unidos.
No es el único neologismo que se cuela en la Meteorología popular. Ahí tenemos la doméstica ciclogénesis explosiva que azota el Cantábrico. Antes era la vulgar “galerna”. Por cierto, ya nadie habla de lo que hace unos lustros era el temible agujero de ozono sobre la Antártida. El pánico era que se fuera extendiendo hasta cubrir la Tierra, como la famosa marca de pinturas. Por fortuna, a veces las profecías no se cumplen.
Para mí, lego en estos asuntos meteorológicos (= más allá del cielo), que la única fuente de energía en la Tierra es el Sol. Luego nuestro clima es un circuito cerrado. En consecuencia, si hay “vórtice polar” sobre los Estados Unidos, tendremos un invierno suave en Europa. Si hay sequía en una parte del planeta, se registran inundaciones en otra.
Nunca entendí por qué ha decidido vivir tanta gente en los lugares de los Estados Unidos donde hay tantos riesgos de vórtices polares, terremotos o tornados. Los españoles que llegaron a las inmensas praderas del Mississippi se asustaron ante las furibundas “tronadas”. Pasaron al inglés como tornadoes. Era un fenómeno nunca visto en Europa con tanta aparatosidad. Los europeos gozamos de una naturaleza más domesticada. En nuestro pequeño continente no hay cataratas, ni desiertos, ni selvas, ni animales feroces. Por eso a los europeos las noticias de los grandes espectáculos meteorológicos nos llegan de otras tierras.