Hollande el gafe

Tengo para mí que Hollande es gafe. Y eso que no soy supersticioso porque da mala suerte.

Tengo para mí que Hollande es gafe. Y eso que no soy supersticioso porque da mala suerte. El presidente francés tiene cara de galo pánfilo, de personaje episódico de los tebeos de Asterix. Pero lo peor no es su rostro de comediante del Folies Bergere, sino su probada gafancia.

Al gabacho lo han pillado arrullando a su amante. En el país donde se acuñó el ménage à trois, esta actividad púbica no constituye demérito. A Miterrand le salió una hija ilegítima y como el que oye llover. Y a Sarkozy tampoco le reprocharon su idilio con Carla Bruni, siempre que ella no insistiese en cantar. Lo que sí pasa factura en Francia es sorprender al guardaespaldas del presidente llevando croissants a los tortolitos encamados en su horario laboral. Mala suerte.

Más. Tras su acceso al Elíseo, Hollande se dirigía a Berlín y a los cuatro minutos de despegar su avión fue alcanzado por un rayo, lo que obligó al piloto a regresar y prometerse a sí mismo que jamás volvería a embarcarse con semejante pasajero cenizo. Si alguien aún alberga dudas, que le pregunte a la ex del ínclito, Ségolène Royal. Favorita para las presidenciales de 2007, perdió clamorosamente al contar con el apoyo incondicional de su pareja, o sea Hollande. Y lo mismo volvió a sucederle al intentar hacerse con la dirección del partido. Y a mayor abundamiento, que consulte a Dominique Strauss Khan, el candidato con más posibilidades de suceder a Sarkozy hasta que Hollande le deseó suerte y fue sorprendido en pelota tras una camarera por los pasillos del Sofitel de Nueva York con las intenciones de un mandril en celo.

Alfonso Ussía clasificó a los gafes según si transmiten mal fario a los demás, sotanillos, o si atraen la desdicha para sí, manzanoides. Y luego está el supergafe, que desgracia al prójimo tanto como a sí mismo. O sea, Hollande. Toco madera.