THE OBJECTIVE
Javier Capitan

Becarios de por vida

Ahí está el pobre Príncipe Carlos, con 65 castañas sobre sus espaldas, viendo como mamá Isabel II a sus 87 va tan tiesa por la vida debajo de su colección de sombreros.

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Becarios de por vida

Ahí está el pobre Príncipe Carlos, con 65 castañas sobre sus espaldas, viendo como mamá Isabel II a sus 87 va tan tiesa por la vida debajo de su colección de sombreros.

Los príncipes de este mundo deberían unirse y presentar una demanda colectiva ante los tribunales contra los avances en la medicina y los cambios en los hábitos de vida que han provocado un incremento sustancial en la esperanza de vida. Las casas reales les diseñan un intenso programa de formación para que estén preparados cuando llegue su momento, pero los pobres van viendo cómo pasan los años sin que nadie les diga ni tan siquiera que salgan del banquillo a calentar.

Hablan correctamente varios idiomas, conocen todas las normas de protocolo, son capaces de expresarse en público mejor que muchos líderes mundiales, se han formado en relaciones internacionales y en muchas otras disciplinas, pero, a pesar de ser estrellas en lo suyo, no pasan de jugar partidillos de entrenamiento sin que el partido que importa, aquel para el que se han estado mentalizando toda la vida, se empiece a jugar nunca.

Una mala pasada les ha jugado a los príncipes la evolución de la humanidad. Antiguamente, sabían que los reyes cascaban más o menos pronto. Su manía por empuñar la espada, los complots palaciegos y los virus o bacterias que elegían a quienes reinaban hacían que el príncipe estuviera siempre al quite y, en ocasiones, que debutaran como reyes siendo unos pipiolos imberbes. Pero ahora, entre que en el frente de batalla ya no hay reyes, que si envenenas al rey te pescan en la autopsia y que las bacterias y los virus ya no campan a sus anchas, quien nace príncipe corre el riesgo de que le llegue la edad de jubilación sin haber conocido trono. Y, entonces, de qué se jubila uno. ¿Contempla esa categoría la seguridad social? Ahí está el pobre Príncipe Carlos, con 65 castañas sobre sus espaldas, viendo como mamá Isabel II a sus 87 va tan tiesa por la vida debajo de su colección de sombreros. A este paso, ser príncipe se va a convertir en ser becario de por vida.

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