Letta, ciao
Era demasiado bonito para ser cierto, o «troppo bello per essere vero». Eso me dicen estos días mis amigos italianos que, a estas alturas, están más resignados que otra cosa.
Era demasiado bonito para ser cierto, o «troppo bello per essere vero». Eso me dicen estos días mis amigos italianos que, a estas alturas, están más resignados que otra cosa.
Era demasiado bonito para ser cierto, o «troppo bello per essere vero». Eso me dicen estos días mis amigos italianos que, a estas alturas, están más resignados que otra cosa. Y es que la cabra tira al monte y los políticos italianos tienden por naturaleza a la bronca interna.
En Roma caen Gobiernos al mismo ritmo que nacen y desaparecen formaciones políticas. Es un fenómeno que siempre me ha llamado la atención. Viví un año en aquel país y no fue tiempo suficiente para entender el «buddellu» (o carajal) que siempre ha caracterizado a sus dirigentes.
La última víctima ha sido Enrico Letta. Consiguió lo más difícil, lo que parecía imposible: desalojar del poder a Silvio Berlusconi. Con ese aval no tardó en granjearse la simpatía de los socios europeos y en pocos meses logró alejar el fantasma de una intervención vía troika.
Apenas ha pasado un año pero muchos parecen haberse olvidado del precipicio al que se asomaba el Viejo Continente en aquellas fechas. El tsunami italiano retumbaba con tal magnitud en España que es probable que la marcha de Berlusconi supusiese más alivio en Moncloa que en Palazzo Chigi.
En fin. Que doce meses son muchos para un Gobierno en Italia y a Letta le ha llegado su hora. Lo peor es que, quien le ha levantado la silla no es la oposición sino su propio partido.
No sé cuál sería el paralelismo en España, ni siquiera sé si sería posible. ¿Se imaginan que Rajoy tuviese que dejar el cargo de Presidente del Gobierno porque el Partido Popular le da la espalda en el Congreso? Pues eso, a grandes rasgos es lo que ha ocurrido en Roma. Nos quejamos de que en España los partidos son monolíticos, de que no existe la discrepancia interna y de que una vez ganadas las elecciones y el escaño todos van a una como Fuenteovejuna.
Quizás ninguno de los dos extremos pueda considerarse ejemplo a seguir. ¿Estabilidad institucional a cambio de silencio? ¿Democracia interna a costa de la gobernabilidad de un país? Si pueden, respondan. Yo tengo que seguir pensándome la respuesta.