Patética, y sensible, Cristina
Ha vuelto. La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, de nuevo en escena. Antes de sus peroratas se deja ceñir, encantada de haberse conocido, por los pibes que le cantan Ohhhh, yo no soy gorila (antiperonista), soy soldaaaaaaado de Cristina
Ha vuelto. La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, de nuevo en escena. Antes de sus peroratas se deja ceñir, encantada de haberse conocido, por los pibes que le cantan Ohhhh, yo no soy gorila (antiperonista), soy soldaaaaaaado de Cristina
Ha vuelto. La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, de nuevo en escena. Tras su convalecencia por un hematoma craneal y alteraciones en el ritmo cardíaco, y ya olvidado el luto exterior de tres años por la muerte de Néstor, su marido, vuelve Cristina. Antes de sus peroratas se deja ceñir, encantada de haberse conocido, por los pibes que le cantan «Ohhhh, yo no soy gorila (antiperonista), soy soldaaaaaaado de Cristina», «Ché, gorila, ché, gorila, no te lo decimos más, si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar».
Su rostro, niquelado en el plano medio de Marcos Brindicci, sigue siendo el de una máscara tragicómica. Patética. Pero el regreso ha sido potente. En plena forma. Marcando paquete. El grupo La Nación requirió, basándose en un decreto de 2003, en plena vigencia, «la planilla actualizada de los sueldos brutos y descuentos por ministros y por cargo del Poder Ejecutivo Nacional». O sea, cuanto ganan la presidenta y sus ministros, todos pibes obedientes. Y claro, la respuesta ha sido nítida: no le place responder, porque son datos «personales y de carácter sensible». Lo de siempre. En Argentina y en muchos otros lugares. Cuando no son asuntos sensibles se agarran a razones de Estado. Es lo que tienen los sistemas que se agotan. Que el que manda termina haciendo lo que le sale. Pasándose por el forro la legalidad. Eso sí, en paralelo, la Kirchner, esa caricatura dramática, obliga a los funcionarios, por ley, a hacer declaración jurada ante la Oficina Anticorrupción de sus ingresos anuales «por trabajo, alquileres y otras rentas».
Ha habido muchas, y muchos, como los Kirchner. Pero Cristina, que sueña tanto con Evita como con juglares y juristas hispanos, está que se sale. Ya saben que ella, cuando le viene en gana, y sin previo aviso, se dirige desde la Casa Rosada a la Nación «por cadena nacional». Esto significa que por cojones todos los canales públicos y privados están obligados a emitir su discurso. Allí se planta, al estilo Chávez, pero sin chándal, rodeada de ministros y altos cargos, y a veces con invitados extranjeros. Por ejemplo, el juez campeador, Baltasar Garzón. Y ella habla, le ríe las gracias a los pibes que la vitorean, saluda eufórica y hasta se marca unos bailes con exagerados movimientos de cadera al ritmo de las chorradas que le cantan.
Si no fuera dramático para el pueblo argentino y para el continente, tendría un punto gracioso. Pero lo grotesco se funde a drama. El país a la deriva, y la Kirchner, y su tropa de fieles bandidos, a llevárselo calentito con los asuntos sensibles. O sea, con la pasta. Hasta que el quilombo se monte contra ella.
Me quedo con la frase que se le escapó al presidente uruguayo José Mújica: «Esta vieja es peor que el tuerto». Y me pongo a ver a mi admirado Lanata en «Periodismo para todos». Para afrontar el drama con una sonrisa. ¡Ay, Cristina, Cristina!