Y además ponemos la cama
Lleva el nombre de su ídolo en la frente. Apenas está saliendo de la adolescencia, así que podemos imaginar que la chica tiene la habitación empapelada con fotografías del héroe.
Lleva el nombre de su ídolo en la frente. Apenas está saliendo de la adolescencia, así que podemos imaginar que la chica tiene la habitación empapelada con fotografías del héroe.
Lleva el nombre de su ídolo en la frente, escrito con letras negras sobre una cinta blanca que usa a modo de diadema. Apenas está saliendo de la adolescencia, así que podemos imaginar que la chica tiene la habitación empapelada con fotografías del héroe. Quizá también rellene con ellas la carpeta del instituto o algún rincón de los libros de texto, junto a corazones de colores. Fantaseamos además con que por la noche sueña con él. La cámara capta un gesto de cierta inocencia y, si no supiéramos quién es el Chapo Guzmán, pensaríamos que esta chica mejicana está enamorada de un actor de telenovelas. O quizá de un futbolista. O de un cantante de moda. Y que cada uno de sus suspiros y cada uno de sus desvelos y cada uno de sus sueños son por y para él.
También son para el Chapo las canciones que hoy salen de su garganta, esas canciones que a él tanto le gustan y que ella araña en sus cuerdas vocales para darle fuerzas, y ánimo, y fe; como si su voz, junto a la de otros cientos de fieles en paranoia colectiva, pudiera liberar de la cárcel a uno de delincuentes más peligrosos y buscados del planeta, que acaba de caer en manos de la policía.
Ella ama al Chapo. Al Chapo Guzmán, el vecino más ilustre que nunca ha dado Sinaloa. Vestida de blanco, como una novia pura y virginal, reclama su puesta en libertad. No importan las 3.000 vidas que mandó segar. No importa que fuera el mayor traficante de drogas del planeta. No importa la descomunal fortuna que amasó con ello. Las canciones entonan su leyenda, las telenovelas enamoran con su historia, las adolescentes lloran por él.
El diablo convertido en héroe. El ladrón aclamado por la multitud. El tramposo adorado por las masas. El adúltero envidiado por sus vecinos.
Si les suena extraño, no hay que irse tan lejos. Cuenten aquí, en territorio patrio, cuántas urnas han seguido dando el poder a políticos oscuros. Cuenten también –o ya se lo digo yo: quince- cuántos presidentes de clubes de primera han pedido el indulto para un colega condenado por robarnos a todos. O cuenten, si quieren, cuántos aficionados esperaron durante horas a las puertas de un juzgado para vitorear a su futbolista del alma justo antes de pagar una millonaria multa por evasión de impuestos.
El ídolo es el ídolo. Aquí o en Sinaloa. Porque el resto, además de putas, ponemos la cama; que nos encanta, oiga.