Fantasía
Vivimos en un mundo de fantasía. Si no que alguien me diga cómo es posible que 1.500 millones de chinos se traguen dos promesas para 2014 tan incompatibles como la guerra a la contaminación y un crecimiento económico del 7,5%. Eso sí que es vender humo.
Vivimos en un mundo de fantasía. Si no que alguien me diga cómo es posible que 1.500 millones de chinos se traguen dos promesas para 2014 tan incompatibles como la guerra a la contaminación y un crecimiento económico del 7,5%. Eso sí que es vender humo.
“¡Basta de realidades, queremos promesas!” imploraba uno de los ingeniosos graffitis que circulan en Latinoamérica, una región que no deja de exprimir el lenguaje con una creatividad inacabable. En este caso le daba la vuelta a una demanda del mayo del 68 francés, subvirtiendo así su solemnidad para reivindicar la fantasía. Apareció por primera vez en un mitin en México cuando el PRI llevaba ya 70 años en el poder y gobernaba lacónicamente y sin ningún disimulo. En Argentina brotaba en las paredes poco después del corralito a principios del presente siglo, cuando ya no se divisaba la profundidad del pozo en el que el país llevaba décadas cayendo. Y este último año lo hemos vuelto a ver en Chile, durante las protestas estudiantiles que pusieron en jaque al gobierno de Piñera.
Los políticos modernos han aprendido de sus pasadas derrotas y saben muy bien que el votante apuesta a una promesa, nunca a una realidad. La ilusión de un cambio es más tolerable que el propio cambio, asumimos el deseo de algo nuevo como algo inasible de contornos difusos que traerá la solución hasta para las cuestiones más absurdas. Pero si ese anhelo se materializa nos veremos obligados a enfrentar el hecho de que ninguna realidad es perfecta, que casi todo es extremadamente frágil y aún con el mayor de nuestros esfuerzos nada está garantizado. ¿Cómo vivir, entonces? Alejados de la realidad y abrazados a las promesas, esas que nunca llegan pero que siempre se renuevan.
Fantasía fue el tercer largometraje de Disney, estrenado a finales del año 1940, una época en la que el mundo era bastante pavoroso. Desde entonces asumimos sin conflicto la convivencia entre una realidad inaceptable y unas promesas inasumibles. Vivimos en un mundo de fantasía, profundamente infantilizado e irresponsable, comprando promesas increíbles como quien paga para ver una película, por pura evasión. Si no, que alguien me diga cómo es posible que 1.500 millones de chinos se traguen dos promesas para 2014 tan incompatibles como la “guerra a la contaminación” y un crecimiento económico del 7,5%. Eso sí que es vender humo.