Cuando la política deja de lado la vida
Hay un silencio incómodo sobre Venezuela. No solamente el que sufren muchos venezolanos al ser acallados en las redes sociales y en las propias calles de su país. El silencio también resuena en el resto del mundo.
Hay un silencio incómodo sobre Venezuela. No solamente el que sufren muchos venezolanos al ser acallados en las redes sociales y en las propias calles de su país. El silencio también resuena en el resto del mundo.
Hay un silencio incómodo sobre Venezuela. No solamente el que sufren muchos venezolanos al ser acallados en las redes sociales y en las propias calles de su país. El silencio también resuena en el resto del mundo.
Tratar de hablar de esta cuestión automáticamente saca a flote manidos argumentos sobre dictaduras y grandilocuentes defensas en pro de lo absurdo. Todavía no he escuchado a nadie hablar del tema con la suficiente humanidad como para preocuparse realmente de la ciudadanía y apostar por un apoyo internacional solidario que ponga fin a tanta injusticia. Da igual lo que se diga: o eres un revolucionario que debe apoyar al régimen caiga quien caiga, o eres parte de la confabulación promovida por Estados Unidos contra los ideales del socialismo.
Pues no, no estoy en esa. Ni creo en un socialismo tan exacerbado como para callar las bocas de tantos ciudadanos de un país, ni puedo mirar para otro lado cuando una y otra vez la megapotencia capitalista arrasa tirando la piedra y escondiendo la mano allá donde hay algo que sacar. Ya sea petróleo o gas. No veo que Estados Unidos cuestione dictaduras asfixiadas en algún rincón africano o asiático. Donde no hay más que miseria no se juzga a los dirigentes por no cuidar de los Derechos Humanos. Solamente llegará el brazo armado a «poner orden» si lo que tienes bajo tierra puede seguir nutriendo el gran monstruo del consumo y la guerra.
El legado que tantos países latinoamericanos han recibido, ese de las revoluciones que un día levantaron al pueblo a luchar con dignidad por un reparto de la riqueza, una explotación de los recursos por el pueblo y para el pueblo, la socialización de los beneficios, de la sanidad, de la educación y la cultura, cae en manos de pseudolíderes vacuos y fáciles de doblar. Que más bien son hazmereir y nadie puede respetarlos, por mucho socialismo que llene sus bocas. Se lo ponen en bandeja a los tertulianos zafios de turno. Defender el socialismo no es defender a un señor que dice ver a Chávez en un pájaro. Defender el socialismo en Venezuela es defender la paz, la convivencia, la libertad de expresión y preservar los logros conseguidos dejando en evidencia al FMI, al Banco Mundial y a los yankis todopoderosos.
Ser socialistas e internacionalistas no es aplaudir cualquier tropelía que se cometa, porque hay quien levanta el puño izquierdo en su honor; ser un socialista convencido implica no reconocer aquéllo que traspasa los límites de la dignidad de las personas, independientemente de su pensamiento. Porque uno de nuestros principios es el respeto, base de la igualdad de oportunidades, la solidaridad entre los pueblos y fundamento para la libertad.