Pólvora terapéutica
Sería tontería plantarle cara a la mascletà de igual a igual cuando es obvio que tiene todas las de ganar. Así que, en los dos últimos minutos, los dedos han salido al rescate de los oídos evitando que los masclets explotaran en el interior de mi cabeza.
Sería tontería plantarle cara a la mascletà de igual a igual cuando es obvio que tiene todas las de ganar. Así que, en los dos últimos minutos, los dedos han salido al rescate de los oídos evitando que los masclets explotaran en el interior de mi cabeza.
Nada más acabar me he realizado un autochequeo de urgencia. Todo parecía en orden: la cabeza sobre los hombros, acaso con algún pelo menos (esa batalla ya está perdida), brazos y piernas en su sitio y todo ello a pesar de haber levitado durante unos interminables segundos. La comprobación de que los órganos internos estaban en su sitio resultaba más compleja, pero algo debía estar desubicado a tenor de la sensación vivida de que todo se removía en mi interior. El hígado porfiaba por recolocarse mientras los riñones se intercambiaban de lado. No cabe duda de que los pulmones en algún momento han estado boca abajo ni de que el corazón ha producido latidos inversos mientras otros órganos bailaban espasmódicamente al ritmo del maestro que dirigía la explosiva orquesta. No sé si la columna ha llegado a estirarse hasta el punto de aliviar la presión de la hernia discal, pero, si no ha sido así, poco le habrá faltado.
En inicial chulería, he aguantado los primeros embistes contra los tímpanos como un campeón. Al fin y al cabo, uno es valenciano consorte y padre de valenciano, y, de alguna manera, había que mantener el prestigio de la familia. Pero entre el prestigio y el sostén familiar, me he decidido por ésto último cuando he visto asomar el tímpano izquierdo por la oreja derecha y viceversa. Uno se gana parte de los cuartos por la capacidad del oído para captar matices de voces ajenas para luego reproducirlas. Sería tontería plantarle cara a la “mascletà” de igual a igual cuando es obvio que tiene todas las de ganar. Así que, en los dos últimos minutos, los dedos han salido al rescate de los oídos evitando que los “masclets” explotaran en el interior de mi cabeza.
De lo que estoy seguro es de que los terremotos de la “mascletà” han trabajado por el bien de mis arterias. Es imposible que el colesterol adherido a las mismas no se desprenda ante semejantes sacudidas vibratorias. Habrá que encargar un estudio sobre el poder terapéutico de la pólvora, al menos en su uso valenciano. Esta noche no me tomo las pastillas.