THE OBJECTIVE
Patricia F. de Lis

Un país de ignorantes orgullosos

Ayer fue unos de esos raros días en que una noticia de ciencia se colaba en las portadas y en los informativos. Va sobre el big bang y el origen del universo. Los tertulianos se han visto obligados a comentarlo. Y la mayoría no ha sabido qué decir.

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Un país de ignorantes orgullosos

Ayer fue unos de esos raros días en que una noticia de ciencia se colaba en las portadas y en los informativos. Va sobre el big bang y el origen del universo. Los tertulianos se han visto obligados a comentarlo. Y la mayoría no ha sabido qué decir.

“Cuando hojeas un periódico o una revista, los asuntos de interés humano son el mismo cotilleo de siempre; la parte de política y economía, los mismos dramas que se repiten una y otra vez; las modas, la patética ilusión de una novedad… La naturaleza humana no cambia de forma sustancial; la ciencia sí lo hace, y las innovaciones se acumulan una tras otra, alterando el mundo de forma irreversible”. Lo dijo Steward Brand, y es una reflexión que siempre nos gusta citar a los periodistas científicos. Para nosotros, “la ciencia es la única noticia”, que decía Brand. El resto son sucesos, anécdotas o cotilleos.

Ayer fue unos de esos raros días en que una noticia de ciencia se colaba en las portadas y en los informativos. Seguramente hayan oído algo sobre ello. Va sobre el Big Bang y el origen del universo. Poco más habrá podido entender, probablemente. Empujados por la aparente importancia del suceso, los tertulianos se han visto obligados a comentarlo. Y la mayoría no ha sabido qué decir.

Es lógico. El descubrimiento es, sí, muy importante (hemos visto la primera “foto” de la onda expansiva del Big Bang, 13.800 millones de años después) pero es extremadamente difícil de comprender, porque se necesita cierta formación previa, que los medios ofrezcan información rigurosa y simple, y que los lectores empleen tiempo y esfuerzo para entenderla. Y este es un país que carece de las tres cosas.

En la mañana de ayer, los tertulianos de la radio pública de este país se mofaban de no haber comprendido ni una palabra de lo que decía un físico que, unos minutos antes, había intentado explicar el hallazgo. “¿Alguien ha entendido algo? Mejor hablamos de Crimea, ¿no?”, reían. El problema de este país no es la ignorancia, ni la falta de cultura científica; es que hagamos alarde de ambas. No conozco ningún científico que se jacte de no haber ido a un museo, de no haber visto una película o de no haber leído a Shakespeare. Pero es alarmante la cantidad de gente que responde “yo de eso no sé nada, y no me importa” cuando se le habla de ciencia, y es aún más alarmante que esa reacción esté socialmente aceptada.

Una sociedad mal informada sobre política o economía no es una sociedad libre. Una sociedad no informada en absoluto sobre ciencia es una sociedad esclava de avances que no puede valorar ni comprender. Como decía Carl Sagan, el drama de las sociedades modernas es que son “exquisitamente dependientes de la ciencia y la tecnología, pero nadie sabe nada de ciencia y la tecnología”.

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