Guateque de esperanza
Los seísmos tienen réplicas. Y los incendios, pavorosos, replican el horror de los terremotos con el añadido de que las llamas no decrecen. Se alzan majestuosas y crecen devastadoras.
Los seísmos tienen réplicas. Y los incendios, pavorosos, replican el horror de los terremotos con el añadido de que las llamas no decrecen. Se alzan majestuosas y crecen devastadoras.
Decíamos que en todo Chile, de Arica a Punta Arenas, conviven con los terremotos con apacible prudencia. Si dijo el maestro Juan Villoro que los mejicanos tienen un sismógrafo en el alma, los chilenos lo tienen en el tuétano. Pero los chilenos, como todos, tienen corazón. Y tras le terremoto de Arica, ahora, ha sido el devastador incendio de Valparaíso, una ciudad convertida en una alegoría de Dante. Solo que ni en las puertas ni dentro de ese infierno perdieron la esperanza. Porque en esos corazones anida la ilusión de salvar algo, o evitar más destrucción. Aunque casi una veintena perdieran la vida, dos mil quinientas vieran destruidas sus viviendas y quince mil resultaran damnificadas. La foto es un guateque de esperanza en el averno.
La sobrecogedora fotografía de Iván Alvarado muestra a veinte personas acarreando agua. El sol se pone y abrasa como las llamas que saben a horror y muerte. No se les ven los rostros, pero los imagino hastiados, temerosos, un recital de angustia y, a la vez, ilusión. Este juego de sombras rezuma solidaridad en el esfuerzo. Y el esfuerzo extenúa a muchos, que resisten pese a todo.
Los seísmos tienen réplicas. Y los incendios, pavorosos, replican el horror de los terremotos con el añadido de que las llamas no decrecen. Se alzan majestuosas y crecen devastadoras. Donde habrá replicas es, supongo, en la política chilena. Porque como sucede en todas las catástrofes, no son las llamas, o los corrimientos de tierra, los únicos que se han llevado por delante, que han abrasado, la esperanza de muchos de poder recuperar sus casas. Porque las han perdido, como siempre, los más necesitados. No es que las desgracias se ceben en ellos. Son los especuladores, junto a quienes controlan los regímenes dándoles pábulo y cobijo, quienes se ceban en los más desfavorecidos, en los que antes de las desgracias naturales, o provocadas, han padecido la calamidad de la pobreza. Que para muchos no tiene cura.
En este Valparaíso, viví hace muchos años sensaciones mágicas compartiendo el terror de la dictadura de Pinochet con amigos luchadores. En sus playas recuerdo un paseo inolvidable, antes del toque de queda, con una bella y entrañable colega, morocha, que días antes me había salvado de la asfixia que provocaban los botes de humo lanzados por los “pacos” del dictador en las calles ocupadas de Santiago. Y un viaje a la cercana Isla Negra de Neruda, el poeta.
Y ahora lo veo en llamas. Y sí. Podría escribir los versos más tristes esta noche. Pero cierro los ojos, veo y siento una mirada reciente, en otra playa más cercana, otra puesta de sol, otro mar de sentimientos hasta el tuétano, y recobro la esperanza. En una vida mejor. Pese a todo. En la pelea por la superación. En la amistad verdadera, de corazón a corazón. Dinamita de sentimientos. Puros. Como los de la fotografía de Iván. Esfuerzo por la vida. Pelea. Lucha. Batalla. Amor. Amistad. Sentimientos bellos frente a la adversidad. Y así, sí, se puede. Y seguiremos. Como ellos. Viviendo la vida. A pesar de todo. De tantas cosas.