THE OBJECTIVE
Melchor Miralles

“Yo no quería hacerlo”

La imagen de Eduard Korniyenko me ha trasladado en un instante a Sierra Leona, donde vi a tantos niños con la voz sellada por el horror inenarrable, el pavor de niños forzados a drogarse para, idos, convertirse en soldados.

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“Yo no quería hacerlo”

La imagen de Eduard Korniyenko me ha trasladado en un instante a Sierra Leona, donde vi a tantos niños con la voz sellada por el horror inenarrable, el pavor de niños forzados a drogarse para, idos, convertirse en soldados.

La imagen de Eduard Korniyenko me ha trasladado en un instante a Sierra Leona, donde vi a tantos niños con la voz sellada por el horror inenarrable, el pavor de niños forzados a drogarse para, idos, convertirse en soldados, capturar a más niños, matar a sus propios familiares, incendiar poblados, matar a sus vecinos, beber la sangre y comer el corazón de prisioneros ejecutados, y volver a drogarse para seguir matando en un país que quedó repleto de mutilados. Esta foto me ha revivido parte de las peores imágenes que retengo en mi alma, imborrables, como icono de la maldad que puede anidar en los humanos.

“Yo no quería hacerlo”, le contaron esos niños de Sierra Leona al misionero javeriano Chema Caballero y a la psicóloga madrileña Fátima Miralles, que titularon así el libro que publicaron, prologado por Saramago, en el que los niños forzados a ser soldados en Sierra Leona se expresaban a través de dibujos. Un libro imprescindible para bucear en el alma de los seres humanos, para fondear en la maldad insuperable.

En África las armas son blancas y los muertos son negros. Pero esta imagen que me ha revuelto el alma es otra cosa, no menos perversa. Una escuela rusa, en Stavropol, que recompensa a los buenos estudiantes con entrenamiento militar y conocimiento del uso de las armas. Y ahí están, armas blancas y niños blancos, uniformados de camuflaje, con máquinas de matar entre las manos. “Qué fácil es negar y pisotear la vida justo donde está la propia fuente de la vida, la infancia”, escribió Saramago en ese prólogo.

Y sí, que fácil es dar con el espanto, con el horror, con el monstruo que habita dentro de tantos seres humanos. Hay que ser muy canalla para relacionarse así con los niños. La sangre el dolor, el sufrimiento, el espanto, los corazones reventados no son figuras retóricas, son realidades palpables. Se empieza con estos juegos de guerra, se instruye a estos críos en lo que llaman, ¡Dios bendito!, patriotismo, ¿y después? Después pueden imaginar lo que va a ser de estos críos. Ineludiblemente víctimas de quienes les llevaron a este drama y verdugos de otros niños y adultos.

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