Alepo y las guerras buenistas
Sucede que las guerras tienen estas cosas, que la gente se odia y mata, y no es lo mismo que un unfollow en Twitter o un insulto en Facebook. Ya no veo tweets sobre Alepo. Y las fotos de sus muertos empiezan a parecer muñecas rotas.
Sucede que las guerras tienen estas cosas, que la gente se odia y mata, y no es lo mismo que un unfollow en Twitter o un insulto en Facebook. Ya no veo tweets sobre Alepo. Y las fotos de sus muertos empiezan a parecer muñecas rotas.
Como Europa está contaminada de buenismo, esa moral de ONG que consiste en enjuiciar las imágenes del telediario sin entender las causas ni reparar en las consecuencias, todos se apresuraron a aplaudir las revueltas de Túnez y Egipto. Quedaba bonito que pidieran libertad por SMS y Facebook, y no importaba que el mecanismo de movilización fuese tan accesible a los servicios de inteligencia. Era como una revival digital de las memeces del 68, muchas frases huecas, magreo de la palabra libertad y algún torso desnudo, grosero y algo chacho, como los sujetadores en aquellas barricadas de Paris.
Después vino Libia, y como allí la insurrección no triunfaba, alguien convenció a la opinión pública que lo mejor era montar una guerra civil, así que las ministras de Defensa en vez de mandar firmes mandaron cazabombarderos, y redujeron a cenizas una parte de Trípoli, mientras nuestros aliados en tierra empalaban a Gadafi. Esto último lo pudimos ver en un video bastante gore, ya menos compatible con el espíritu pueril del 15M. Sucede que las guerras tienen estas cosas, que la gente se odia y la gente mata, y eso no es lo mismo que un unfollow en Twitter o un insulto macabro en Facebook, como el de ese memo catalanista, que se reía de nuestros soldados muertos.
Siguiendo el ejemplo de la guerra que apoyamos en Libia se montó el horror bélico en Siria, y ya estaba dispuesta la coalición internacional para reeditar la foto de las Azores pero con apoyo progre, porque el comandante en jefe era Obama. Es a la vez curioso e irritante ver como la misma gente, con el mismo espíritu, son capaces de movilizarse para detener la invasión de Irak y, pocos años más tarde, alentar bombardeos sobre otras tiranías árabes. Por eso aquel ataque no lo detuvo la opinión pública, sino el zar Putin, que empieza a darse cuenta que occidente ya no es precisamente Esparta.
Ya no veo tweets sobre Alepo y elogios cursis a la primavera árabe. Y las fotos de sus muertos empiezan a parecer muñecas rotas, abandonadas por niños ricos.