Su camiseta está manchada de sangre
Gracias a las lágrimas de esta mujer ustedes y yo podemos entrar en una tienda y comprar una camiseta a 5,95 euros. Una ganga, así que nos llevamos dos. Camisetas a 5,95, camisas a 16,95 y trajes de chaqueta a 49,95.
Gracias a las lágrimas de esta mujer ustedes y yo podemos entrar en una tienda y comprar una camiseta a 5,95 euros. Una ganga, así que nos llevamos dos. Camisetas a 5,95, camisas a 16,95 y trajes de chaqueta a 49,95.
Gracias a las lágrimas de esta mujer, usted, usted, usted también e incluso yo, vamos hoy vestidos. Y mañana. Y el fin de semana.
Gracias a las lágrimas de esta mujer ustedes y yo podemos entrar en una tienda y comprar una camiseta a 5,95 euros. Una ganga, así que nos llevamos dos. Camisetas a 5,95, camisas a 16,95 y trajes de chaqueta a 49,95.
Una ganga.
Una ganga a la que nos hemos acostumbrado los ricos del primer mundo, en un círculo vicioso de fast fashion que nos tiene enganchados como una droga más. Así que preferimos no pensar siquiera en cómo puede producirse tan barato. Que la esclavitud de millones de personas no empañe la dicha de nuestra compra.
Pero recuerden, esta mujer llora. Nuestra felicidad consumista sólo es posible gracias a su drama. Al drama que mató a más de 1.100 personas en una fábrica textil de Bangladesh ahora hace un año (y del que aún, hoy, faltan por recuperar más de 140 cadáveres bajo los cascotes), inherente a las condiciones esclavistas en las que se trabaja en el tercer mundo para que nos podamos vestir barato en occidente. Un año después del trágico accidente las promesas de mejora sólo han alcanzado a una mínima parte de las fábricas textiles. La demanda de los titanes de la moda es tan alta que se enmaraña en un mundo de subcontratas que subcontratan a otras subcontratas que subcontratan a otras subcontratas, dejando a la mayoría de trabajadores fuera de cualquier mínimo control del sistema.
Entre las ruinas de la fábrica se encontraron etiquetas de grandes marcas europeas y norteamericanas. Y a pesar de las dramáticas imágenes y los más de mil cien muertos, en un reportaje emitido por la BBC tras el accidente muchos de los viandantes preguntados respondieron que preferían no saber de dónde salía su ropa. No mirar. No pensar. Preferían, preferimos, seguir poniéndonos camisetas a seis euros a costa de la vida de los demás. A costa también de la esclavitud de gente que cobra veinte euros al mes y que no tiene derecho ni a ir al baño durante las eternas jornadas laborales. El día del derrumbe, los responsables de la fábrica obligaron a los trabajadores a volver al edificio a pesar de las grietas que presagiaban lo peor.
Mientras, nosotros seguimos queriendo camisetas a 6 euros.