La liturgia del miedo
La leyenda de este año ya no es trivial. La especie que circula es que los ordenadores, por la noche, son visitados por algoritmos- nano inspectores fiscales buscando ‘cajas b’ en la red. Una legión de agentes fiscales minúsculos.
La leyenda de este año ya no es trivial. La especie que circula es que los ordenadores, por la noche, son visitados por algoritmos- nano inspectores fiscales buscando ‘cajas b’ en la red. Una legión de agentes fiscales minúsculos.
Como la flor del almendro, este tipo de ‘noticias’ acontecen en Primavera. Llega la hora del pago de ‘la renta’ y que la Cavallé sea imputada por presunto fraude fiscal es algo así como un escándalo de Violetta de Verdi desenmascarada desvelando su auténtica personalidad como agente del Mosad. La Traviata. Es el rito fiscal de la Primavera y este año Montoro ha pasado de Lola Flores a una pieza de más empaque para aterrorizar al contribuyente.
En el modelo antropológico estatal, el hombre es un ser que viene al mundo para pagar facturas. Imposible nihilismo sesentayochista cuando uno nace ya con CIF. El hombre existe, en España, para pagar a Montoro, y cualquier traviata en su delirio ‘ante mortis’ puede olvidar sus oraciones de infancia, pero no su base impositiva y la gran cuestión humana que tarde o temprano define una opción de vida: a pagar o a devolver.
Atemorizar al ciudadano ha sido una de las funciones del Estado, y siempre será así. Las luminarias teas que ardían en las fortalezas tenían esa docente función de mostrar, colgado, como acababa el defraudador, para escarmiento del burgo. Hoy el escarmiento es mediático de forma que, a la sorpresa de a quién en Navidad le cae el gordo, se añade en España, en Primavera, a quién le tocará la función expiatoria y ejemplar en las portadas de los plasmas.
La leyenda de este año ya no es trivial. La especie que circula es que los ordenadores, por la noche, son visitados por algoritmos- nano inspectores fiscales buscando ‘cajas b’ en la red. Una legión de agentes fiscales minúsculos, corriendo por los ‘adeseeles’, supongo que por las noches, y escuchando la delación de un tapicero, de un afinador de pianos o de unas pompas fúnebres que pudieran llevar una ‘caja b’. Yo, del afinador, buscaría otra letra que no fuera la ‘b’ para bautizar sus ficheros.
El problema es cuando el contribuyente no da más de sí. ‘Quien ha perdido la esperanza ha perdido también el miedo: tal significa la palabra «desesperado», decía Schopenhauer . En España hay más desesperados que atemorizados. Por eso Montoro y sus nano inspectores, si aterrorizan a muchos, deberían temer a muchos más. Porque la vida, gira, da vueltas en el escenario. Aunque este año el ministro haya buscado un ejemplo de peso, todos recordamos la promesa de quién preside su Gobierno: ‘voy a reducir los impuestos’. De la dieta impositiva hemos pasado a la dieta delatora. Y Montoro, como el ogro, atemoriza las noches de los pequeños contribuyentes, Violettas agonizantes, con leyendas de los nuevos ‘ratoncitos Pérez’ telemáticos en su lecho de economía de muerte. Una opereta mediática, tradición hispana ya como el canto de los de San Ildefonso al número de la suerte.