Hoy se suicidarán diez personas en España
No le vemos la cara, pero podemos imaginarla en el reflejo de la desesperación del hombre que intenta salvarlo. Tampoco sabemos cómo se llama, pero sí que un día decidió que no valía la pena vivir. Prefería estrellarse y estallar contra el asfalto.
No le vemos la cara, pero podemos imaginarla en el reflejo de la desesperación del hombre que intenta salvarlo. Tampoco sabemos cómo se llama, pero sí que un día decidió que no valía la pena vivir. Prefería estrellarse y estallar contra el asfalto.
No le vemos la cara, pero podemos imaginarla en el reflejo de la desesperación del hombre que intenta salvarlo. Tampoco sabemos cómo se llama, pero sí que un día decidió que no valía la pena vivir. Prefería estrellarse y estallar contra el asfalto, siete pisos más abajo, que seguir viviendo.
Aquí en España cada día se quitan la vida diez personas. 3.500 al año. Y más de 40.000 lo intentan. Pero no oirán hablar de ellas en los medios de comunicación. Son tabú. Tememos el efecto llamada. Pero cuando el número de personas que se quitan la vida es diez veces superior a las que mueren en la carretera algo estamos haciendo mal, muy mal. Porque como sociedad, cada suicido es un fracaso terrible.
El suicidio es la primera causa de muerte de mujeres entre 30 y 34 años. La OMS alerta de que se está convirtiendo en un grave problema de salud pública, e insta a los gobiernos a que adopten medidas preventivas. Fortalecer el sistema de salud pública mental. Quitar el estigma sobre los suicidios. Educar a los ciudadanos a detectar síntomas en las personas de su entorno.
Tras cada muerte hay una familia rota para siempre, a la que nunca se le acabarán ni el dolor ni la culpabilidad. Un grupo de ellas ha decidido dar la cara, contar de manera pública que no se pierde la dignidad por el hecho de que alguien de la familia se haya suicidado. Hace año y medio crearon la primera asociación española de familiares de suicidas «Después del Suicidio, Asociación de Supervivientes» (DSAS).
Supervivientes. A un suicidio. De un familiar.
Están cansados de sentirse solos, de sentir vergüenza, de tener que ocultar que un hermano, un hijo, un padre o un amigo se quitó la vida. Porque no es culpa suya. Aunque nunca acabarán de creérselo. Ni siquiera ellos mismos. Sobre todo ellos mismos. La presidenta de DSAS perdió un hijo, que se tiró a las vías del tren tras un fracaso amoroso. Su madre, una mujer rota para siempre, pensó en que hacía falta un lugar de encuentro donde poder hablar del suicidio junto a otras personas que hubieran pasado por lo mismo; un punto de confianza y respeto para acompañar a los supervivientes en su proceso de luto.
Tras cada número, tras cada muerte, hay una familia rota para siempre, fragmentada en el dolor constante y la culpabilidad imborrable. Por eso es tan importante la iniciativa de estas familias. Porque dan la cara. Porque rompen el estigma. Porque ofrecen un lugar al que recurrir cuando la vergüenza impide llorar en el hombro del vecino. Quizá va siendo hora de visibilizar a todos esos muertos y empezar a tomar medidas. Igual que estamos aprendiendo a pasar de “esa enfermedad” a “cáncer”, quizá estemos todos equivocados y hablar del suicidio ayude a prevenir otros casos.
Y tengamos que comenzar a dar la cara también en esto.