¿Qué hace la Reina en Bilderberg?
No es descabellado pensar que resulta normal que quienes juegan a dirigir el mundo se reúnan para controlar sus negocios, acordar políticas, diseñar estrategias y proteger y aumentar sus fortunas, como si de un juego de Monopoly global se tratara.
No es descabellado pensar que resulta normal que quienes juegan a dirigir el mundo se reúnan para controlar sus negocios, acordar políticas, diseñar estrategias y proteger y aumentar sus fortunas, como si de un juego de Monopoly global se tratara.
Los poderosos han encontrado, en el calificativo de “conspiraonico”, un arma indestructible contra quien piensa con libertad. Así, cuando uno se atreve a lanzar la versión que no quieren sobre un suceso, si no funciona la consigna del silencio se le neutraliza de por vida llamándole “conspiranoico”. El término es terrible y resulta difícil liberarse de sus perjuicios. Uno ya no tiene remedio: es un apestado. Miren, ése piensa, dirán. Pobre. Es un castigo duro en el mundo de esa prensa que responde ante los que mandan, sean empresarios o políticos.
Bilderberg es un club que se reúne anualmente en los mejores días de la primavera. Es como un retiro espiritual a modo de ejercicios mundanos; es como una convención de multinacional o de partido político en la que adoctrinan y ponen música a todo volumen para que vibres con el líder. Es, en fin, como cualquier reunión de adeptos a una secta.
No es descabellado pensar que resulta normal que quienes juegan a dirigir el mundo se reúnan para controlar sus negocios, acordar políticas, diseñar estrategias y proteger y aumentar sus fortunas, como si de un juego de Monopoly global se tratara. Los invitados puntuales del club suelen ser políticos selectos y directivos de grandes empresas escogidos por los miembros fijos.
Hay analistas que relacionan las reuniones del club con sucesos importantes del acontecer humano, desde guerras a revoluciones pasando por burbujas financieras. Todo es posible: cuando el mundo lo controlan unos pocos basta una reunión anual para consensuar decisiones que siempre resultan beneficiosas para los mismos. Por eso, pensando en España, resulta espeluznante que ahora el invitado sea el ministro Margallo. Más aún: si viviéramos en una democracia la Reina estaría obligada a contarnos qué coño pasa allí que ella nunca se lo pierde…