Violadores en guerra
La violación como instrumento de terror es una eficaz arma de guerra. Y se utiliza hoy en muchísimas partes del mundo en conflictos mayores o menores. Acabar con la impunidad y perseguir a los responsables de estos crímenes de guerra es prioridad en todas parte del mundo.
La violación como instrumento de terror es una eficaz arma de guerra. Y se utiliza hoy en muchísimas partes del mundo en conflictos mayores o menores. Acabar con la impunidad y perseguir a los responsables de estos crímenes de guerra es prioridad en todas parte del mundo.
La violación es agresión pero también y quizás más que nada, ejercicio de poder para quebrar, denigrar y humillar a la víctima. La violación es muchas veces un acto de guerra. Y una proclamación política o religiosa.
La violación masiva y reiterada de mujeres musulmanas por paramilitares serbios y también croatas en la guerra de los Balcanes era una forma de humillar y proclamar la inferioridad de los bosnios musulmanes, que no eran capaces por ejemplo, de salvar a sus propias mujeres recluidas en burdeles para los soldados que asediaban y bombardeaban Sarajevo. Nada en esta brutal forma de ejercer el poder en la guerra es nuevo.
En la Guerra de los Treinta Años hasta la Paz de Westfalia en 1648, la violación de las mujeres en las plazas enemigas tomadas era una práctica habitual. Y en el siglo XX fueron al menos dos millones las mujeres alemanas violadas por las tropas del Ejército Rojo en su avance por Alemania, antes, durante y después de la toma de Berlín a finales de abril de 1945. La violación de toda mujer alemana que vieran los soldados soviéticos en sus avances por campos y ciudades alemanas, niñas y ancianas incluidas, era recompensa para los combatientes; perfecta expresión de la venganza por los terribles sufrimientos infligidos por los hombres alemanes a los rusos en años previos y también, consumación del ejercicio de poder del victorioso.
En otro rincón del mundo, un aliado de Alemania en la guerra, Japón, había lanzado por toda Asia a sus soldados ahítos de racismo y desprecio a los demás pueblos de la región, especialmente al chino y al coreano. Desde las matanzas de Nanking en China en 1937 hasta la capitulación del Imperio del Sol Naciente tras sufrir la explosión de dos bombas atómicas en su territorio, los soldados japoneses violaron a muchos cientos de miles, quizás millones de mujeres en todo el espacio de sus conquistas terrestres. Se llevaron a coreanas de esclavas sexuales tanto a Japón como a otros territorios conquistados. La esclavitud se imponía aquí como un acto permanente de violación de unas mujeres utilizadas como mercancía para uso y disfrute de los soldados.
Hace pocas semanas escandalizó al mundo el acto de secuestro y escolarización de unas jovencísimas mujeres, algunas aún niñas, nigerianas cristianas por parte de las bandas islamistas de Boko Haram. El hecho de la violación en esclavas no se diferencia mucho tiene mucha diferencia de las transacciones habituales entre hombres para vender y comprar a mujeres.
La violación como instrumento de terror es una eficaz arma de guerra. Y se utiliza hoy en muchísimas partes del mundo en conflictos mayores o menores. Acabar con la impunidad y perseguir a los responsables de estos crímenes de guerra es prioridad en todas parte del mundo. Pero también en nuestras sociedades modernas desarrolladas se está dando esta violación como acto de guerra. Y sin embargo, las autoridades siempre deciden ocultarlo por los peligros que, según insisten siempre, supondría la alarma de conocerse la verdad.
Son muchos los imanes radicales musulmanes que, en el mundo árabe pero también en otras regiones Europa incluida, explican que los yihadistas que tienen el derecho y el deber de castigar con la violación a las mujeres que no son piadosas musulmanas. Son muchas las mujeres que se encuentran retenidas contra su voluntad en sociedades islámicas. Ante la general indolencia de las ciudadanías de los países libres. Pero también las que lo están en guetos que se han formado dentro de las sociedades occidentales y que son pozos negros fuera de la ley.
Hay estudios sobre la violación en países europeos que acaban con un secretísimo y una manipulación evidente. Porque demuestran que las autoridades ocultan el verdadero cariz de la mayoría de violaciones. En aras de la corrección política no se hace pública la identidad del agresor por lo que no se sabe que hay ciudades europeas en las que todas o casi todas las violaciones las han cometido jóvenes musulmanes de ciertas regiones del norte de África.
Ese absurdo afán de ocultar parte de la verdad, para adecuar las narraciones a lo políticamente conveniente, agrede por igual a la opinión pública, a la opinión publicada y a las clases dirigentes.
No sé cuántas medidas eficaces surgirán de ese foro que inauguran con tanto tirón mediático Angelina Jolie y William Hague. Lo cierto es que solo con decir la verdad en la información publicada se podría avanzar mucho en prevenir y en avanzar en la lucha contra la impunidad de esas violaciones que forman parte de una silenciosa guerra de religión y cultura, pero también de poder, que está en marcha en las sociedades abiertas.