Obama, príncipe de las guerras
El año pasado el mundo registró el mayor número de enfrentamientos armados desde la Segunda Guerra Mundial. Menos mal que al comandante en jefe le dieron el premio Nobel de la Paz. Si le dan el de Literatura no habría biblioteca que sobreviviese a la hoguera.
El año pasado el mundo registró el mayor número de enfrentamientos armados desde la Segunda Guerra Mundial. Menos mal que al comandante en jefe le dieron el premio Nobel de la Paz. Si le dan el de Literatura no habría biblioteca que sobreviviese a la hoguera.
En el fútbol, cuando los fans de los jugadores mediáticos eclipsaron a los aficionados de un equipo se perdió gran parte de la dignidad de ese deporte. Cuando en la política sucede cosa parecida -es decir, que se pasa de la comunión a la idolatría- es momento de encomendarse mucho a santo Tomás Moro y aprender a manejar un arma corta, porque lo mejor que puede venir es Berlusconi.
En USA les tocó el artista antes llamado Hussein Obama, la gran estrella de la política pop, esa que trató de adaptar el PP vasco de la mano de Basagoiti, cambiando los escoltas por copias piratas de Duncan Dhu. Lo supimos desde la ceremonia de entronización, aquella espeluznante mezcla de aquelarre progre universal y misa Gospel, donde sólo faltaba el anuncio de la resurrección de Lady Di. Cualquiera pudo darse cuenta de que Barack Obama no llegaba para suceder a George Bush, sino a Michael Jakcson. Por eso le dieron el premio Nobel de la Paz de forma preventiva, conscientes todos de que el icono ya había superado a la realidad. Desde ese mismo momento Guantánamo abandonó las portadas de la prensa internacional, como si los presos que allí moran – y que allí continúan como segismundos- de repente se hubieran convertido en mutantes adeptos a Magneto, gente a la que hay que combatir sin atender a las leyes. Las fuentes de Derecho de las que bebe la progresía occidental son esas, las viñetas de Marvel.
Pero la obamamanía se evapora, igual que se han decolorado los carteles estilo Warhol que propagaron su icono. Las retiradas en Irak y Afganistán no han sido el preludio perfecto de la alianza de civilizaciones. Tampoco en Siria rió la primavera árabe, ni los cristianos de Nigeria tienen quien les escriba, ni Ucrania disfruta de la pax americana. El año pasado el mundo registró el mayor número de enfrentamientos armados desde el fin de la segunda guerra mundial. Menos mal que al comandante en jefe le dieron el premio Nobel de la Paz. Si le dan el de Literatura no habría biblioteca que sobreviviese a la hoguera.