Los niños esclavos y nuestra indiferencia
Equilibra su cuerpo sobre montañas de basura sin medio gesto de asco; de hecho, parece incluso que sus ojos sonríen al objetivo. Mira con la profundidad de aquellas personas a quienes la vida les ha dado ya demasiadas idas y vueltas.
Equilibra su cuerpo sobre montañas de basura sin medio gesto de asco; de hecho, parece incluso que sus ojos sonríen al objetivo. Mira con la profundidad de aquellas personas a quienes la vida les ha dado ya demasiadas idas y vueltas.
Equilibra su cuerpo sobre montañas de basura sin medio gesto de asco; de hecho, parece incluso que sus ojos sonríen al objetivo. Mira con la profundidad de aquellas personas a quienes la vida les ha dado ya demasiadas idas y vueltas. Unas botas de plástico protegen sus pies, pero las manos y el pecho, con las costillas dolorosamente marcadas, están frágilmente expuestos.
¿Cuántos años tendrá? ¿Siete, nueve, diez? No lo sabemos, pero sí que debería estar en la escuela, o jugando. Debería estar preocupándose en meter goles o aprender los quebrados.
Debería. Pero él, y otros 186 millones de niños de todo el mundo ya no van al colegio, ni tienen tiempo para jugar. Están trabajando. En basureros, minas, venta callejera, mendicidad, fábricas textiles, plantaciones de tabaco o cocaína, con productos químicos altamente tóxicos, en burdeles, como esclavos en trabajos domésticos. Niños sin futuro usados como mano de obra por sus familias, o raptados por traficantes de personas, que los revenden como soldados baratos, juguetes sexuales o camellos. La mitad de los niños que trabajan lo hacen en manos de esos grupos mafiosos. Pero también esclavizados por su propia familia. Aquí. En el primer mundo.
En Estados Unidos decenas de miles de niños trabajan en las granjas familiares. De hecho, es el único trabajo legal para menores de 14 años. En la práctica, sus familias pueden obligarles a realizar arduas tareas agrícolas prácticamente gratis. En 2012, 28 de esos niños murieron en accidentes laborales, y 1.800 resultaron heridos. Además, la exposición a los pesticidas compromete su salud y su desarrollo como adultos. Tres de cada cuatro niños que trabajan en plantaciones de tabaco han sufrido intoxicaciones por envenenamiento con nicotina, muchas de ellas, severas. Son niños que no tienen edad legal para fumar pero sí para envenenarse trabajando en la recolección del tabaco.Si tienen hijos, mírenlos. Y, si no, a sus sobrinos, o a los hijos de sus amigos. E imagínenselos en una mina, un prostíbulo o un basurero. Ese es el destino de 168 millones de niños en todo el mundo. Ese es el destino que tenemos que cambiar.