Ébola
El ébola ha vuelto y azota el cuerno africano de nuevo, clavándose con fuerza en los cuerpos de muchos, sellando una puerta por dentro, que solo abrirá después de haber acabado con la vida del muerto.
El ébola ha vuelto y azota el cuerno africano de nuevo, clavándose con fuerza en los cuerpos de muchos, sellando una puerta por dentro, que solo abrirá después de haber acabado con la vida del muerto.
Un día, hace mucho tiempo, hace más de 300 años, Thomas Hobbes dijo: “El hombre es un lobo para el hombre”. Tenía razón, por lo menos en algunas ocasiones. Pero Hobbes se basaba en actitudes, en actuaciones, en pasos dados hacia el egoísmo, hacia la consecución de los objetivos de uno, dejando de lado los deseos de los demás, olvidando que el que está al lado vive buscando la felicidad, como todos.
Hoy, el hombre vuelve a ser un lobo para el hombre, pero sin quererlo, sin buscarlo, a pesar de no tener la intención de dañar a nadie, ni siquiera de olvidar inconscientemente al de al lado para buscar su propio beneficio.
El ébola ha vuelto y azota el cuerno africano de nuevo, clavándose con fuerza en los cuerpos de muchos, sellando una puerta por dentro, que solo abrirá después de haber acabado con la vida del muerto. Sí, con la vida del muerto, porque los enfermos de ébola ven cómo se adelanta su futuro, convirtiéndose en muertos en vida.
El virus se contagia, por todos los medios, por todos los líquidos, arrasando las sonrisas mágicas a las que África nos tiene acostumbrados. Una vez que entra en el cuerpo, el hombre vuelve a convertirse en un lobo para el hombre, sin quererlo, sin desearlo, sin haberlo pensado.
En Liberia se ha prohibido acoger a enfermos de ébola. Se ha empezado a castigar la buena voluntad. Intentan pararlo de esta manera, pero no lo consiguen. No es fácil poner puertas al campo. África se llena de lobos, de lobos inevitables, que no tienen que esperar a la luna llena para convertirse, que sufren su muerte y también la muerte que transportan.