Niños muertos por guerras y etiquetas
Los niños antes se ‘reconocían’ y eran reconocidos por su entorno, su ascendencia evidente, incluso el oficio familiar. Ahora se reconocen y registran, se registran para siempre en forma de dígitos, incluso asignando una ‘firma digital’ .
Los niños antes se ‘reconocían’ y eran reconocidos por su entorno, su ascendencia evidente, incluso el oficio familiar. Ahora se reconocen y registran, se registran para siempre en forma de dígitos, incluso asignando una ‘firma digital’ .
Escribo desde México donde una campaña de televisión alecciona a las madres a registrar a sus hijos. «Si no los registras, no existen», dice una voz en off mientras vemos desfilar niños fantasmales junto a los ‘registrados’, pequeños ciudadanos que, para siempre, serán ya contribuyentes, administrados, afiliados, educados, aleccionados del Estado que necesita este sistema de etiquetado para sobrevivir. Los niños antes se ‘reconocían’ y eran reconocidos por su entorno, su ascendencia evidente, incluso el oficio familiar. Ahora se reconocen y registran, se registran para siempre en forma de dígitos, incluso asignando una ‘firma digital’ .
Ya Alfred Hithcock aconsejaba ‘Nunca trabajes ni con niños, ni con animales ni con Charles Laughton’, con quién dirigió una película mediocre de aventuras, ‘Posada en Jamaica’, con Maureen O’Hara. Los niños en las películas, sin embargo, han sido un recurso de publicidad comercial, y lo siguen siendo de propaganda. La niña que Goebels escogió para lucir la ‘raza aria’ era judía. Hoy vemos niños muertos a diario, etiquetados; judíos, palestinos, palestinos, judíos. Convertidos en armas de propaganda, la utilización del niño muerto trae más muerte, en una espiral de represalias. La represalia es un eufemismo militar para designar la venganza. La triste imagen de un niño muerto, etiquetada, traerá más niños muertos, en una progresión que, en los últimos 10 años se ha cobrado la vida de un millón de niños, según la ONG Humanium.
El juicio del periodista ante la fotografía ‘etiquetada’ demanda criterio ético y estético. ¿Está siendo utilizada su indignación evidente para alimentar la espiral de etiquetas de muerte? Si la misión periodística de la foto es mostrar verdad, el niño es una selección parcial de una parte del todo en un conflicto donde hay mucho más que un niño muerto. Todos los editores de informativos saben del reclamo de audiencia, de pasión, que trae la foto de un niño muerto. Todos los buenos periodistas saben, sin embargo, que mostrar una verdad entera, compleja, no se consigue con la simplificación de una etiqueta (una nacionalidad, una etnia, una religión) en un niño muerto. Porque los niños, incluso esos niños ‘sin registrar’ que persigue el Estado en México, existen. Existen, trascendiendo las recetas que la intención del partisano quiera resaltar. Son los niños de la guerra, actores trágicos de la propaganda, que por encima de saldos, producen rechazos que mueven guerras. Una niña de 9 años desnuda, corriendo entre el Napalm de Vietnam marcó un hito de concienciación de audiencias, sin duda un efecto positivo del testimonio individual de interés humano. Lo interesante de la comparación es que esa niña desnuda, Kim Phuc, que tiene hoy 49 años, corría ante el objetivo de una cámara de una agencia americana, entre el Napalm americano, desalojando una aldea bajo sus control.Ahí está el valor del periodismo que increpa conciencias de nuestros propios prejuicios, frente al periodismo que alecciona partisanos. La grandeza de esa forma de hacer periodismo, de difundir verdad, con fotografía ética y estética, un privilegio de «The Objective». Un niño no tiene etiquetas. Es un niño.