El nuevo Tamagotchi
No tengo la menor duda de que el difunto Steve Jobs tenía muy claro que el éxito del Iphone y resto de competidores- iba a ser crear un nuevo Tamagotchi.
No tengo la menor duda de que el difunto Steve Jobs tenía muy claro que el éxito del Iphone y resto de competidores- iba a ser crear un nuevo Tamagotchi.
El Tamagotchi, el popular juguete con forma de huevo, causó furor entre los más jóvenes en la década de los 90. El aparatito -que el año pasado volvió a las tiendas- es una mascota virtual a la que hay que alimentar, lavar y darle cariño como si fuera un gatito o un perrito. El juguetito está dirigido principalmente a niñas que tienen entre 6 y 8 años de edad. El animalito virtual completa un ciclo natural -nace, crece y muere- en unos 20 ó 25 días. Todo esto, dentro de la vorágine interactiva que vivimos, sería casi normal si no fuera porque el dichoso aparatito llegó a provocar intentos de suicidio.
Con los cuidados apropiados, el ‘animal’ completa un ciclo natural —nace, crece y muere— en unos 20 ó 25 días, lo que desarrolla en el usuario un sentido de responsabilidad virtual que fomenta la dependencia hacia la mascota.
La cosa no fue ninguna broma. Los fabricantes del ‘bichito’ vendiron en unos tres años 40 millones de unidades, ya que consiguió atraer no solo a niños, sino que también fue adquirido por jóvenes y adultos de todas las edades. Leo que, desde entonces, han salido al mercado más de 30 versiones diferentes de este ‘huevo cibernético’, se han realizado series de televisión y se han creado aplicaciones para smartphones para que sus seguidores puedan llevar a su mascota digital en su teléfono.
Y es aquí es donde quería llegar. No tengo la menor duda de que el difunto Steve Jobs tenía muy claro que el éxito del iPhone –y resto de competidores- iba a ser crear un nuevo ‘Tamagotchi’. Es decir, un smartphone capaz de convertirse en un jueguete imprescindible al que hay que ‘alimentar’ con decenas de app, redes sociales, etc. Es decir que sería un producto tan adictivo que ninguno podríamos vivir sin él.
Y en esas estamos.