Inteligencia artificial
Lo que da miedo es que, en el empeño de hacernos la vida más fácil, nos dirijamos hacia un mundo solitario y desapegado, egocéntrico, donde el calor humano, la empatía, el cariño, son sustituidos por tecnología.
Lo que da miedo es que, en el empeño de hacernos la vida más fácil, nos dirijamos hacia un mundo solitario y desapegado, egocéntrico, donde el calor humano, la empatía, el cariño, son sustituidos por tecnología.
Dieciocho años de desarrollo han servido para que Honda haya dado ‘vida’ al nuevo Asimo, un robot con apariencia de miniastronauta, capaz de reconocer rostros y voces, deducir trayectorias, subir pendientes, agarrar objetos… Casi dos décadas, y no quiero pensar los millones, para crear un autómata con las habilidades del perro más tonto. Un robot al que apetece darle una colleja de lo lento que es. Igual así le salían chispitas y se animaba el asunto.
Me entró la curiosidad. Para qué quiero un robot de apariencia torpe y que a buen seguro no podré pagar. Honda subraya dos utilidades. Despertar la curiosidad en los jóvenes -¡objetivo cumplido!-, y, en un futuro, «ayudar a las personas con minusvalías y las personas mayores». Claro que, ¿no sería mejor la compañía de otra persona?. ¿Qué puede aportar un robot que un ser humano no puede?. Y es que, sin que sirva de precedente, no hablamos de productividad.
En realidad, la respuesta es clara. Servirá para hacer la vida más fácil, sí. Compras un robot y a vivir, que éste se encarga del viejo. Asimo es simpático, hasta parece majete. Cuando te lo imaginas como única compañía de una persona, el marco se vuelve siniestro. Pero lo que da miedo no es el pobre Asimo. Ni siquiera sus chispas incendiarias.
Lo que da miedo es que, en el empeño de hacernos la vida más fácil, nos dirijamos hacia un mundo solitario y desapegado, egocéntrico, donde el calor humano, la empatía, el cariño, son sustituidos por tecnología. Un lugar en el que los ipad valen y los menos capaces cuestan. El hoy. El problema es de fondo. Uno profundo. Estamos programados sin amor. Allí donde hay ‘progreso’, aparece la inteligencia artificial. Esa que no entiende de sentimientos.