Verano
Las tragedias, por desgracia, practican la constancia, decía un amigo hace unos días cuando comunicó que se le había muerto un hermano. En verano. La muerte es permanentemente inminente, escribe Savater.
Las tragedias, por desgracia, practican la constancia, decía un amigo hace unos días cuando comunicó que se le había muerto un hermano. En verano. La muerte es permanentemente inminente, escribe Savater.
“Las tragedias, por desgracia, practican la constancia”, decía un amigo hace unos días cuando comunicó que se le había muerto un hermano. En verano. “La muerte es permanentemente inminente”, escribe Savater.
El presente no entiende de estaciones. Mientras vamos a la playa o hacemos planes de ocio veraniego, las desgracias, las injusticias, las persecuciones, no dan tregua. El verano es el recreo, sobre todo, del primer mundo. Todos sabemos lo que ocurre al otro lado de la pantalla del ordenador o de la televisión, pero necesitamos dejarlo en suspenso y, salvo que nos toque muy de cerca, dirigir la mirada hacia horizontes en calma, buscar atardeceres silenciosos, el placer del refresco o la compañía agradable. Lo ideal es una agenda marcada por momentos despreocupados que nos permitan contemplar otro ángulo de la existencia.
Mirar hacia abajo y vernos los pies desnudos, ya es una visión evocadora. Debajo de ellos, el agua, la hierba, arena. Y esa cierta paz que aparece en lo verde, lo líquido, lo luminoso, lo atmosférico, ese vínculo con lo natural. Buscamos alejarnos del murmullo ensordecedor de lo cotidiano, pero también, porqué no, dejarnos caer hacia esas profundidades en las que se encuentra ese que somos nosotros, ese, el auténtico, del que sabemos que existe pero oculto bajo capas y capas de tareas, preocupaciones, todo asuntos de extrema importancia y al que concedemos muy pocas citas para conversar cara a cara.
Qué le parecerá la vida que llevo, cuáles son de verdad mis sentimientos hacia ella, hacia él, hacia los demás, cómo querrá que sea mi futuro, ¿futuro? ¿algo que reparar? ¿ordenar? ¿limpiar? ¿vaciar? El mar incesante, el sol en la cabeza, los pies en el agua, la arena inmóvil, las infinitas briznas de hierba, las rocas del río, son el fetiche de nuestro descanso, el espejo inesperado que nos devuelve el saludo de alguien que nos recuerda a alguien.