El falso bello
La comparación entre Bundchen y Jordi Pujol Soley es solo cruel en cuanto a belleza. Si en la modelo es el culto al cuerpo su único pecado, el aroma a ilegal del billete morado, manchado de tretas ilegales, es el de una persona que durante más de 30 años ha vendido humo a sus ciudadanos.
La comparación entre Bundchen y Jordi Pujol Soley es solo cruel en cuanto a belleza. Si en la modelo es el culto al cuerpo su único pecado, el aroma a ilegal del billete morado, manchado de tretas ilegales, es el de una persona que durante más de 30 años ha vendido humo a sus ciudadanos.
Jamás fue guapo, ni durante la envidiable juventud. Ni sus ojos ni su sonrisa eran su punto fuerte. Pero sí el prestigio, su carisma dialéctica, tener en el bote a los elegidos. Y hacerlo con la mayor de las astucias. Y siempre con la máxima de llegar a ser mejor que tu padre, que tu abuelo. Y si tienes suerte llueven los millones, y la belleza ya no está en los ojos, tampoco en la sonrisa. La belleza está en la sabiduría, pero no en el bien del que nos hablaba Platón, sino en el utilitarismo más feroz.
La comparación entre Bundchen y Jordi Pujol Soley es solo cruel en cuanto a canon de belleza física. El poder es su punto en común. Aunque si en la modelo es el culto al cuerpo su único “pecado”, el aroma a ilegal del billete morado, manchado de tretas ilegales, es el de una persona que durante más de 30 años ha vendido humo a sus ciudadanos. Tres décadas de maniobras de guión de película para tapar al político al que otros comparaban con un maestro de la República Galáctica. El “vivir para contemplar la belleza” del filósofo autor de “El Banquete”, pero en otro sentido al bien que reclamaba Platón. El suyo suponía viajar a paraísos, y no precisamente de palmeras y manjares, para guardar “la belleza” de la “Hacienda somos todos” que bien se encargan de hacernos recordar a los demás.
El amante de la Senyera y sus cachorros del clan se han despertado del idilio en el que vivían, rodeados de arpas que repicaban melodías nacionalistas. Como Hipias, creían que la belleza es hacer fortuna y acumular prestigio. Con el saco a punto de romperse, la avaricia deja al falso bello encerrado a cal y canto en la soledad de la vergüenza.